Libros que cambian una vida, por Claudia Durastanti

Libros que cambian una vida, por Claudia Durastanti

Si hay una prueba palpable de que cada familia infeliz lo es a su manera, como escribía Tolstoi al comienzo de Ana Karenina, la podemos encontrar en las páginas de La extranjera. La primera novela traducida al castellano de Claudia Durastanti es el relato de formación de la propia autora a lo largo de una serie de circunstancias que parecían confabularse para crear un sentimiento de extrañeza congénito: nacida en Brooklyn de padres emigrantes italianos, ambos mudos, que vivieron una relación tormentosa, de niña regresó con su madre al sur de Italia sintiéndose estadounidense. La reconstrucción de una historia familiar llena de puntos oscuros, en la que las versiones se contradicen, marca un libro de autodescubrimiento confesional en el que la literatura juega un papel crucial.

“Intenté con ahínco convertirme en alguien distinto a mis padres, como cualquier adolescente. Pero, mientras que mis amigos luchaban contra las normas y los rituales de la clase media, yo intentaba convertirme en una “soldado” en una familia de artistas, mentirosos y bichos raros”, explica Durastanti desde Roma, donde ha estado viviendo los últimos meses, dedicándose a su labor de traductora. “La mía fue una juventud clásica de subversión, pero hacia lo que yo sentía que era la norma. Ahora me he desprendido completamente de la fantasía de ‘normalidad’, que es una construcción represiva y conservadora que ejerce una discriminación con las minorías, incluidos mis padres”.

Ese proceso le llevó a indagar en la historia de sus progenitores, plagada de situaciones ensombrecidas por el silencio y el paso del tiempo. “Me llevó mucho tiempo llegar a ser la hija de mi madre”, confiesa. “Creo que reconocí ese lazo de sangre solo cuando intenté entender su vida a través de la escritura. Para mí, ella es más real en este libro que lo que era en su vida diaria. De alguna manera, para mí si algo no sucede en los libros es como si no sucediera en realidad. A través de revisar su juventud, su etapa adulta, y tratar de meterme en su piel de una vez por todas, acabé escuchando por fin lo que tenía que decirme. Y lo hice a base del disfrute y la anarquía, que es probablemente lo que he heredado de ella y de mi padre. Me abrí a la posibilidad del fracaso, al riesgo y, por lo tanto, a la libertad”.

Prueba de que la suya era una familia que no se atenía a los cánones establecidos se encuentra en la historia familiar por la cual la madre de Durastanti conoció al que más tarde sería su pareja salvándole de cometer suicidio. “Crecí bajo el monoteísmo de mi madre, según el cual mi padre era una figura muy oscura y poco fiable”, recuerda. “Cuando decidí escribir un ensayo sobre el lenguaje y sobre mis padres empecé a investigar un poco. Nunca se me había ocurrido preguntar a mi padre si tenía una visión distinta de la historia, así que cuando me explicó cómo comenzó según él su relación con mi madre sentí alegría y, hasta cierto punto, alivio. La historia de cada familia es, de alguna manera, ciencia ficción, un caleidoscopio de realidades paralelas. Nunca podría obtener la verdad, porque aquí la verdad es una suma de inconsistencias, pero finalmente obtuve una novela”.

Si La extranjera es precisamente eso, una novela, es fruto de un proceso que le llevó a combinar la experiencia personal y la reflexión con la narrativa, pero no era el plan inicial. “Al principio pensaba que estaba escribiendo un ensayo sobre el lenguaje, la mudez y las migraciones, aspectos que rodean superficialmente la historia de mis padres”, explica. “Me asustaba que el material autobiográfico fuese demasiado candente, arriesgado, abierto a malinterpretaciones y que no pudiese manejarlo, tanto por razones estilísticas como personales. Pero un día leí un poema de Emily Dickinson: ‘Después de un gran dolor, la sensación de orden’. De repente, lo tenía delante: el asunto no era distanciarme de mí misma y mi historia personal, sino también sobre la forma artística, la forma de una vida. ¿Cuál es el mejor género para recolectar una vida? Así que comencé a mezclar cosas, la cercanía y la distancia, la novela y el ensayo”.

La extranjera es, en buena parte, un libro sobre el sentimiento de pertenencia, o la imposibilidad de lograrlo. “Intenté convertirme y justificarme como estadounidense toda mi vida, pero vivía en el sur de Italia”, recuerda Durastanti. “Era una adolescente mediterránea que anhelaba Nueva York, desesperada por mostrar que había nacido allí. Cuando me mudé al Reino Unido me di cuenta de lo condicionadas que eran mis ideas sobre ‘mi casa’ y dejé de querer demostrar algo a mí mismo y a la gente a mi alrededor».

Esa idea de formar parte de algo está en el centro de la novela, y de su pensamiento. “Nunca he sido capaz de montar en bici. La única vez que intenté hacerlo, hace seis años, un amigo me dijo que el equilibrio no se puede dar por sentado, que montar en bici implica una negociación constante con el equilibrio. Un ajuste perpetuo para poder continuar. Creo que esa es la definición más cercana de lo que significa pertenecer a algún sitio. Defiendo el derecho a llamarse a uno mismo extranjero o a expresar tu pertenencia a un lugar o comunidad, pero es justo eso, un derecho: pocas palabras pueden ser tan hermosas y liberadoras al mismo tiempo que represoras y violentas como “extranjero”. Tiene una ambivalencia que nos seduce y nos provoca dolor constantemente”.

A través de ese camino hacia la creación de la personalidad propia, Durastanti se apoyó en los libros. “Siempre he anhelado a mi familia en las novelas: he leído miles de libros y nunca les he encontrado reflejados en ellos”, afirma.” Ninguna de las representaciones de la discapacidad en los libros clásicos lograba satisfacer las complejidades y matices que yo he experimentado con mis padres, que nunca fueron ‘buenos mudos’, ‘buenos migrantes’ o ‘buenos pobres’. Así que creo que el disparador de esta novela fue el hecho de escribir sobre ese vacío y esa nostalgia”. Aún así, estos son algunos de los libros que, según confiesa, le cambiaron la vida.

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