La Habana en 2016 no era una fiesta, pero al menos parecía la promesa de una. “Esa primavera fue un paréntesis en medio de un largo período de muchas tensiones, de muchas carencias e incertidumbres”, explica Leonardo Padura. Su última novela, Personas decentes, lleva a su personaje más célebre, Mario Conde, a investigar un asesinato en un entorno de euforía. “La visita de Obama de ese año culminó un periodo en el que mejoran las relaciones con EE UU, había intercambios deportivos, académicos, empieza a moverse el dinero, vienen los Rolling Stones, Chanel organiza un desfile, aparecen por allá las Kardashian… Entonces se empezó a pensar que las cosas podrían mejorar. Pero todo eso se desvaneció muy pronto”.
En esa atmósfera, Mario Conde, ya retirado del cuerpo de policía, se enfrenta a un caso que le lleva al pasado y a unos cuestionamientos morales que aluden a la decencia del título. “Cada vez que voy a empezar a escribir una novela tengo que buscar un pretexto para que Conde pueda hacer una investigación que en la realidad no sería posible”, explica Padura. “Aquí el pretexto es que su antiguo subordinado, que es actualmente el jefe de la policía, le pide que haga una investigación criminal de un personaje que, de alguna manera, sabe que le va a interesar: el que ha aparecido muerto es un personaje muy conocido en el proceso de represión de artistas que ocurrió en Cuba en los años 70”.
Así, Personas decentes juega entre el pasado y el presente, entre el momento de posible apertura y los años de la represión más feroz. “Ya había escrito sobre este proceso desde el punto de vista de las víctimas y ahora quería verlo desde los victimarios, porque el personaje del victimario siempre me resulta atractivo en el peor sentido de la palabra. Siempre se escudan en el pretexto de la obediencia debida, dicen ‘yo hice esto porque me lo ordenaron’, y yo siempre creo que un represor, un abusador, aunque responda a determinadas orientaciones, es una persona que tiene que tener una voluntad, una personalidad que le permita cometer estos desmanes. Hay un momento en que otro personaje dice: ‘Mira, él ya no estaba en el poder, ya no podía reprimir, pero él siempre decía, en mis tiempos estas cosas no hubieran ocurrido. Yo cogía y fusilaba a unos cuantos de estos y se acaba el problema’. Es decir, que nunca había cambiado esencialmente su manera de pensar”.
“Fíjate que el otro día un un escritor cubano amigo mío, me dice: ‘Cuando Conde empieza a investigar, el investigador principal le dicen de esto no puedes hablar con nadie e, inmediatamente, empieza a hablarlo con todo el mundo, y es que Conde de alguna manera está sintiendo que revelando que han matado a este tipo está liberando una carga histórica”, continúa Padura.
Padura y Mario Conde
“Hace unos años yo estaba en un festival en Córdoba hablando con los organizadores y empecé a contarle una historia que me había ocurrido a mí. Cuando terminé de contarla, me di cuenta de que era una historia de Mario Conde”, recuerda Padura. Esa es la simbiosis de autor y personaje. “Conde me ha servido a lo largo de todos estos años para hacer una especie de crónica de la vida cubana contemporánea. A través de este personaje, un personaje que pertenece a mi generación, que tiene unas experiencias vitales semejantes a las mías, vive en un barrio como el mío, tiene gustos literarios parecidos a los míos, me era muy fácil transmitirles toda una serie de preocupaciones sociales, existenciales, personales. Por ejemplo, hay determinadas reflexiones sobre el paso del tiempo, el envejecimiento, que yo me hago y que las estoy evacuando a través del personaje de Mario Conde, que va envejeciendo conmigo. En las primeras novelas tenía 35 años, en esta ya tiene 62. Es decir, ha pasado la mitad de su vida en este en este proceso de escritura de estas de estas novelas, y eso hace que que tenga que tener un cierto cuidado a la hora de transmitir a través de Conde determinados mensajes”.