Cuando lo leí fue como si hubiera entrado en un viaje del que costaba mucho arrancarme para ir a cenar. Lo he vuelto a leer como cinco veces y cada vez descubro cosas nuevas, pero siempre conservo esa primera lectura. Le pasa lo contrario que a Dostoyevski, es un hombre que no tiene truco. Es puro talento narrativo.
Luego mi tío de dio Crimen y castigo. Luego he vuelto a leer algunas de estas novelas de mayor, después de ese momento en el que me parecieron de otra galaxia, y veo que las leí bien, que las entendí bien. Me doy cuenta de muchos detalles literarios técnicos. La enorme habilidad de Dostoyevski, por ejemplo, uno de los hombres con más trucos literarios. Era un hombre de un talento extraordinario.
Creo ser un buen lector, y además un
lector que empezó muy pronto. Tuve a mi disposición una biblioteca
familiar hecha por acumulación, en casa de mi abuela, de varias
personas y dos o tres generaciones. Mi tío me vio leyendo novela
juvenil y me dijo 'no, tienes que pasar a la novela de adulto y yo te
voy a guiar'. Para empezar me dio el Werther de Goethe cuando yo
debía tener 14 años, y aquello me dejó completamente anonadado.
Escribía de manera imitativa,
escribiendo como lo último que había leído, hasta que este libro
de Baroja me dio la clave. No encontré un estilo que había que
imitar, sino un método que podía desarrollar. Ahí podía poner mi
propia voz y seguir caminando sin imitar a los demás. Me dio el
empujón y me dijo 'Ahora ya nadas sin flotadores'. Y descubrí que
no me hundía. Ese fue, quizás, el momento más importante de mi
carrera literaria.
Como todos los niños, recuerdo La isla del tesoro, Tarzán de los monos y La vuelta al mundo en 80 días. Con esos tres libros yo pensé que lo que quería hacer en la vida era escribir algo tan bueno y tan bonito como eso. Y lo sigo pensando.
De lo que acontesció a un dean de Sanctiago con don Yllán, el gran maestro de Toledo. El ejemplo del cuento perfecto.
Eduardo Mendoza
sobre
El Conde Lucanor
Lo que opina Eduardo Mendoza