Creo que no sería escritora si no
hubiera descubierto la literatura de Álvaro Cunqueiro y su capacidad
para el juego y la evasión literaria. Este libro en concreto es una
historia tierna, llena de pequeños relatos cargados de experimentos
y exotismo, en la que un viejo Sinbad está más o menos retirado en
un lugar de Galicia, manteniendo a duras penas su identidad a través
de su capacidad para contar historias. Creo que todas las personas
que nos dedicamos a la literatura somos un poco ese Sinbad.
Soy una vitalista absoluta y leer a
Nietzsche a los dieciocho años aproximadamente me ayudó a situarme
en un lugar determinado frente a los demás. Con Nietzsche decidí
que yo no sería de las que mueren la vida, sino de las que
toma sus decisiones para vivirla, con sus consecuencias, por
supuesto, y con la dimensión artística como forma de completar la
limitadísima realidad circundante. Quizá soy la persona libre que
me he permitido ser gracias a ese libro. Pienso muchas veces en eso.
Hay un antes y un después en mi vida
marcado por la lectura de este libro, que día a día se demuestra
todavía necesario y clarividente. Creo que Beauvoir es la gran
pensadora del siglo XX, pues ha sido capaz de realizar una
explicación totalizadora de lo que somos y de nuestro
comportamiento, llamando a una revolución maravillosamente justa.
¿Qué más se puede pedir?
Auster es uno de los escritores vivos
que más admiro. Lidera de algún modo mi grupo de referentes
norteamericanos (en otro lugar están los franceses), donde también
se encuentran Husvedt, DeLillo, Roth, Franzen, Atwood o Munro. En Mr.
Vértigo admiro su capacidad para profundizar en los personajes a
través de sus acciones, así como la forma en la que, a partir de
una historia casi disparatada, Auster es capaz de explicar toda una
época y una forma de revolucionaria de comportamiento.
Si en alguien he admirado la destreza
literaria, casi hasta el punto de desear su disección técnica para
apropiarme de ella, esa es Munro. Leer los relatos de Demasiada
felicidad ha sido seguramente la mejor lección literaria de mi
vida, y una de las obras que más abrumada emocionalmente me ha
dejado. Sus cuentos rozan la perfección por su simbiosis entre el
estilo y la tecla sentimental que tocan.
Lo releo constantemente y todavía
logra fascinarme con su sabiduría sobre el ser humano y su poder
evocador a través del simple estilo. Todo Shakespeare es esencial
para mí. Y es imposible decir de él nada que no se haya dicho ya.
Tenía seis años y vi en mi casa ese
libro, en la colección juvenil de Círculo de Lectores, y me llamó
la atención que hubiese sido escrito por una mujer, a diferencia de
casi todos los demás libros de la colección, así que lo cogí, con
intención solo de observarlo y comencé a leerlo. Se convirtió en
el primer libro largo de mi vida. No es que la historia en sí me
marcase nada, incluso creo que no me interesó demasiado. Pero sí el
hecho de estar, a aquella edad, enfrascada en la lectura, entendiendo
de algún modo que ahí había una forma de sentir, de entretenerme y
de imaginar que no había vivido y que quería vivir para siempre.
Por eso es un libro importante. Es el que me convirtió en lectora.
Lo que opina Inma López Silva