El último apaga la luz

Lo dije en algún otro contexto y lo repito ahora, porque me parece que es uno de los rasgos centrales del trabajo de Fabricio: es la suya una obra de naturaleza envidiablemente dual. Maldito Vanden Brock. Si los lectores conocen su labor como ilustrador en Reforma, Letras Libres u otros cuatrocientos o quinientos medios, habrán visto que el señor no sólo trabaja sin descanso, con la salud cardiaca de un hilo, sino que cada vez, sin excepción, se comporta como un profesional. Su trabajo, en efecto, es el de un ilustrador a carta cabal, o sea, el de un lector bien consciente del peso del texto que enfrenta y del papel solidario del ilustrador de verdad. Nada de utilizar los medios como vehículo para promocionar subrepticiamente la propia obra, cero narcisismos hipertróficos. Al mismo tiempo, siempre que uno topa con una ilustración de Fabricio tiene la impresión de que ésta, a la vez que acompaña bien al texto generosamente leído, tiene cualidades de sobra para volar por sí misma. ¿Cómo lo hace? Nunca lo sabremos. Se guarda sus secretos, el señor, y los usa con oportunidad. Como se aprecia en este libro. ¿Ilustraciones? Ciertamente. Pero ilustraciones desafiantes. El arte del epígrafe, de la cita, es gozoso pero difícil de enfrentar. Fabricio, el maldito Fabricio, lidia graciosamente con los clásicos y los casi clásicos, cita bien, dialoga con talento, y le da al asunto del clima una dimensión humanista, sofisticada, con base en el diálogo. Porque sí, este libro es un ejercicio de diálogo, de diálogo respetuoso, de afecto por los que escriben. Y claro, es, otra vez, un catálogo de imágenes con vida propia, imágenes que vuelan solas y pegan con fuerza. Así que, si eres nuevo, pasa por aquí y déjate golpear por primera vez. No te arrepentirás. Quienes lo conocemos no esperamos invitaciones. Julio Patán (Escritor y comunicador)