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El futuro y el género: "El eternauta" y su narrativa de catástrofe

Especial El futuro y el género: "El eternauta" y su narrativa de catástrofe

Rebeca Márquez Américas /

¿Cómo reaccionan hombres y mujeres ante el fin del mundo? Analizamos El eternauta, la icónica historieta argentina de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López que se ha vuelvo todo un acontecimiento como serie en Netflix, desde una perspectiva de género, contrastando su narrativa patriarcal con obras de ciencia ficción escritas por mujeres, con el afán de hacer una reflexión sobre la violencia, la supervivencia y los roles sociales en las distopías.

La catástrofe como prueba de masculinidad

En 1957, los argentinos Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López crearon El eternauta, una de las obras más influyentes de la ciencia ficción latinoamericana. La historia, ambientada en un Buenos Aires invadido por fuerzas extraterrestres, sigue a un grupo de hombres que, ante la catástrofe, recurren a las armas, la desconfianza y la violencia para sobrevivir.

Pero, ¿qué pasaría si el protagonismo lo tuvieran mujeres? ¿Cambiaría la forma de enfrentar el desastre? La ciencia ficción escrita por mujeres —desde Los desposeídos, de Ursula K. Le Guin, hasta El cuento de la criada, de Margaret Atwood— suele proponer respuestas distintas: redes de solidaridad, resistencia colectiva y una crítica al sistema patriarcal incluso en escenarios apocalípticos.

El eternauta es, en esencia, una historia de hombres. Juan Salvo, el protagonista, es un señor común que, ante una  inminente invasión alienígena, se ve obligado a convertirse en líder, soldado y estratega. Junto con su grupo de amigos, desde el primer momento busca armas, organiza escuadrones de combate y dispara antes de preguntar. Los sobrevivientes dudan incluso de sus aliados, reproduciendo lógicas de guerra fría donde la desconfianza es la norma. La violencia se presenta como el lenguaje universal, la única forma posible de resistencia.

Oesterheld, desaparecido por la dictadura militar, plasmó aquí una crítica velada a la militarización de la sociedad. Sin embargo, la historia no cuestiona el rol del hombre como salvador violento, sino que lo naturaliza. La narrativa asume que, ante el colapso, los hombres tomarán las armas y las mujeres seguirán su liderazgo o serán víctimas pasivas. Antes de averiguar por qué están cayendo muertos los vecinos apenas les toca la extraña nieve que cae en verano, ya están tapiando ventanas, encañonando a los mejores amigos y callando a las esposas.

Frente a esta visión, autoras como Octavia Butler, Ursula K. Le Guin o N.K. Jemisin proponen escenarios donde la supervivencia no depende de las armas, sino de la comunidad. En La parábola del sembrador, de Octavia Butler, la protagonista, Lauren Oya Olamina, no busca un fusil, sino crear una filosofía de adaptación y protección mutua. Mientras los hombres en El eternauta se encierran y disparan, ella construye redes de apoyo, entendiendo que nadie sobrevive solo.

Ursula K. Le Guin, en Los desposeídos, va más allá: su protagonista, Shevek, es un científico anarquista que rechaza la lógica de la fuerza. En lugar de destruir al enemigo, busca entenderlo. La novela explora cómo la colaboración puede ser más poderosa que la violencia, incluso en medio del caos.

N.K. Jemisin, en La quinta estación, presenta un mundo donde las mujeres marginadas —las orogenes— son clave para evitar la extinción humana. A diferencia de Juan Salvo, que se convierte en héroe por su capacidad de matar, ellas lo hacen por su capacidad de sanar, de contener el desastre.

Por su parte, Margaret Atwood, en El cuento de la criada, muestra otra forma de resistencia: no hay balas, pero hay secretos, palabras escritas en las paredes, redes subterráneas de mujeres que se protegen entre sí. La fuerza aquí no está en los músculos, sino en la persistencia silenciosa.

¿Importa la diferencia?

Las narrativas de catástrofe no son inocentes: reflejan los miedos y valores de una sociedad. Si en El eternauta la respuesta es disparar primero, en la ciencia ficción feminista es organizarse después. Esto tiene implicaciones reales, porque la ficción moldea nuestras expectativas. Si solo vemos hombres con armas salvando el mundo, perpetuamos la idea de que las mujeres son espectadoras, no protagonistas.

Pero hay más: estas historias escritas por mujeres nos recuerdan que la fuerza no es sinónimo de poder. Que hay otras formas de resistir, de sobrevivir, de construir futuro. Mientras El eternauta nos deja con la pregunta de quién ganará la guerra, Le Guin, Butler o Jemisin nos preguntan: ¿qué vendrá después? ¿Qué mundo queremos salvar?

El eternauta es una obra maestra escrita a mediados del siglo XX, pero su narrativa es hija de su tiempo: un mundo donde los hombres decidían (y disparaban) por todos. Hoy, la ciencia ficción escrita por mujeres nos recuerda que hay otras formas de enfrentar el colapso: con redes, inteligencia colectiva y, sobre todo, la certeza de que nadie se salva solo.

¿Qué pasaría si Juan Salvo hubiera sido Juana? Quizá, en lugar de un fusil, habría cargado semillas.

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