
Especial El papel de la literatura en la era de la diversidad y las diferencias
La literatura nunca ha sido un mero reflejo pasivo de su tiempo, sino un laboratorio donde se experimenta con los límites de lo decible. En ningún terreno esto resulta más evidente que en la representación de las diferencias identitarias, sexuales y culturales.
Desde los primeros textos que insinuaban realidades marginalizadas hasta las obras contemporáneas que colocan lo diverso en el centro, las letras han funcionado como termómetro y termostato social: miden la temperatura de su época pero también intentan regularla. Aquí hablamos al respecto.
Los códices de lo prohibido: siglos XVIII-XIX
Antes de que existiera un vocabulario para nombrar las identidades LGBT+, la literatura ya exploraba sus contornos mediante estrategias oblicuas. En Europa, el romanticismo de Walt Whitman —cuya edición original de Hojas de hierba (1855) fue censurada por su homoerotismo velado— o los sonetos de Shakespeare dedicados al "amigo joven" demostraban que el deseo podía camuflarse en formas aceptables.
América Latina, por su parte, desarrolló sus propios códigos. El poeta cubano José María Heredia escribía sobre "amistades ardientes" entre hombres, mientras que en México, Manuel Payno incluía en El fistol del diablo, en 1845, personajes ambiguos cuya sexualidad se escondía tras el folletín melodramático.
Lo significativo no es solo lo que estos textos decían, sino lo que callaban. Como señala el crítico David William Foster, "el silencio era tan elocuente como las palabras: marcaba los límites de lo tolerable". La literatura de este período funcionaba como un juego de espejos deformantes: reflejaba realidades sociales, pero solo tras distorsionarlas para que fueran digeribles.
El siglo XX: del armario al manifiesto
La irrupción de las vanguardias literarias coincidió con los primeros intentos abiertos por nombrar lo diverso. En 1916, la poeta argentina Alfonsina Storni publicaba La inquietud del rosal, donde cuestionaba los roles de género con una ironía nunca antes vista en la poesía femenina. Mientras tanto, en Europa, autores como Thomas Mann (Muerte en Venecia, 1912) o Virginia Woolf (Orlando, 1928) desafiaban las convenciones sobre sexualidad e identidad.
Pero fue en la segunda mitad del siglo XX cuando ocurrió la verdadera ruptura. La literatura latinoamericana produjo obras que hoy son consideradas fundacionales: El lugar sin límites, de José Donoso —que retrataba en los sesenta a una travesti en un pueblo chileno— o El beso de la mujer araña (1976) de Manuel Puig, donde la celda de una cárcel se convertía en espacio para desmontar prejuicios sobre homosexualidad y política. Estos libros no solo hablaban de diversidad; la encarnaban en su propia estructura narrativa, mezclando géneros literarios como sus personajes mezclaban identidades.
El presente: más allá de la etiqueta
El panorama actual es tan diverso como las identidades que representa. Autores como el chileno Pedro Lemebel, con Tengo miedo torero (2001) o la argentina Camila Sosa Villada con Las malas (2019) han llevado lo queer al centro del canon literario, pero evitando reduccionismos. Como advierte la teórica Paul B. Preciado en Un apartamento en Urano (2019), "el riesgo ahora no es la invisibilidad, sino la folklorización de la diferencia".
Las nuevas generaciones de escritores —desde la mexicana Fernanda Melchor hasta el colombiano Giuseppe Caputo— exploran la diversidad no como tema exótico, sino como condición humana fundamental. Sus obras muestran que el futuro de la literatura no está en crear guetos temáticos, sino en demostrar que toda gran literatura es, por definición, diversa.
Un canon por reescribir
El desafío actual ya no es solo incluir voces marginadas, sino repensar los criterios mismos con que juzgamos lo literario. Como sugirió la crítica Sylvia Molloy, "el verdadero cambio ocurrirá cuando dejemos de ver lo LGBT+ como categoría y lo reconozcamos como una de las muchas formas en que la literatura dice 'nosotros'".
Los libros del futuro, esos que hoy están germinando en talleres y editoriales independientes, probablemente harán que esta discusión parezca obsoleta. Porque cuando la diversidad deje de ser noticia para convertirse en el aire que respira la literatura, habremos llegado a donde siempre debimos estar.