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La maternidad en la literatura: de la idealización a la deconstrucción

Especial La maternidad en la literatura: de la idealización a la deconstrucción

Rebeca Márquez Américas /

Durante mucho tiempo, la maternidad se representó como un destino inevitable, un sacrificio glorificado o incluso una maldición bíblica. Sin embargo, en las últimas décadas, la literatura ha comenzado a explorar las maternidades desde una perspectiva más crítica, diversa y, sobre todo, honesta. Autoras contemporáneas han roto con los estereotipos para narrar experiencias que van desde el deseo ferviente por procrear hasta los claroscuros de la maternidad, pasando por el rechazo, el dolor y la ambivalencia.

La literatura clásica: entre el sacrificio y la sumisión

Durante siglos, la literatura reflejó los mandatos sociales sobre la maternidad. En la tradición judeocristiana, Eva es castigada con los dolores del parto, mientras que la Virgen María encarna la abnegación absoluta. Estos arquetipos impregnaron la literatura occidental: desde las tragedias griegas (como Medea, que asesina a sus hijos por venganza) hasta las novelas del siglo XIX, donde las madres eran figuras sufridas o angelicales.

En Madame Bovary (1857), Gustave Flaubert muestra a una Emma que rechaza la maternidad, encontrándola aburrida y limitante. Por otro lado, en Anna Karenina (1877), Tolstói retrata a una protagonista que ama a su hijo pero es condenada socialmente por abandonarlo en pos de su amor adúltero. 

Victor Hugo plasma en En Los miserables (1862) el sacrificio de Fantine, quien muere por su hija Cosette, encarnando el ideal de la madre abnegada que prevaleció en la época. De manera similar, en Mujercitas (1868), de Louisa May Alcott, Marmee March es el sostén emocional de sus hijas, siempre sabia y resignada, aun en la pobreza y la ausencia del padre. Estas representaciones reforzaban la idea de que la maternidad era sinónimo de entrega absoluta, sin espacio para el descontento o la autonomía.

Más atrás en el tiempo, obras como La Celestina (1499), de Fernando de Rojas, mostraban una visión más cruda de la maternidad, con personajes como Pármela, cuya hija es víctima de violación y muerte, reflejando la vulnerabilidad de las mujeres en una sociedad patriarcal. Incluso en la poesía, sor Juana Inés de la Cruz denunciaba la hipocresía de un sistema que glorificaba la virginidad y la maternidad mientras condenaba a las mujeres a la obediencia. 

El cambio de paradigma

El siglo XX trajo voces que cuestionaron la maternidad como destino único. Simone de Beauvoir, en El segundo sexo (1949), analizó cómo la maternidad había sido utilizada para oprimir a las mujeres, atándolas a roles domésticos. Autoras como Sylvia Plath (La campana de cristal, 1963) y Doris Lessing (El cuaderno dorado, 1962) exploraron la frustración y la pérdida de identidad que muchas mujeres experimentaban al convertirse en madres.

Pero fue en las últimas décadas cuando la literatura comenzó a abordar las maternidades con mayor crudeza y diversidad. Elena Ferrante, en La hija oscura (2006), narra la historia de una madre que abandona a sus hijas, desafiando el tabú de la "mala madre". En El eco de los disparos (2016), la española Edurne Portela escribe sobre el duelo de una madre tras la pérdida de su hijo, lejos de cualquier idealización.

En México hay diversas escritoras que han dado un giro a la idea literaria de la maternidad. Jazmina Barrera explora en Punto de cruz (2021) la maternidad desde el miedo y la incertidumbre, lejos de los discursos edulcorados, mientras que Brenda Navarro (Casas vacías, 2019) narra el dolor de una madre que pierde a su hijo y la culpa de otra que lo encuentra, en una historia cruda sobre el deseo y el arrepentimiento.

Margarita García Robayo (Colombia) aborda, en Primera persona (2020), la maternidad desde la ironía y el desencanto. Samanta Schweblin (Argentina), en Kentukis (2018), usa el terror para hablar de la vigilancia y la presión sobre las madres; Dolores Reyes (Argentina) entrelaza la maternidad con la violencia machista y lo sobrenatural en Cometierra (2019) y Lina Meruane (Chile), en Sistema nervioso (2018), expone al cuerpo materno como un campo de batalla. Es decir, la experiencia de ser madre ha dejado a un lado la idealización de las películas del Cine de Oro Mexicano, de la mamá abnegada y siempre en segundo plano, para posicionar a las mujeres en una nueva realidad frente a la posibilidad de reproducirse.

La literatura actual ha dejado atrás la idealización de la maternidad para abrazar su complejidad. Ya no se trata solo de amor incondicional, sino también de cansancio, ambivalencia, frustración y, en algunos casos, rechazo.

En el ámbito de la no ficción, autoras de varios países hispanoamericanos han aportado lo suyo en esta reflexión: Laura Freixas, con su pionera antología Madres e hijas (1996), sienta las bases para analizar cómo la literatura hispánica ha representado esta relación compleja, marcada por el peso del patriarcado. Más recientemente, María Fernández-Miranda (Las madres no, 2022) documenta con mirada periodística las voces de mujeres que desafían el mandato social al rechazar la maternidad, completando así un abanico de perspectivas que van desde el cuestionamiento hasta la reivindicación política.

Por su parte,  Verónica Maza Bustamante combina la investigación periodística con el relato en primera persona en su libro ¡Madres! Lo que nadie se atreve a decirte sobre la maternidad (2017), donde con datos duros, humor irreverente y acompañamiento para las mujeres tras los primeros años posteriores a la maternidad, derriba mitos sobre el embarazo, la crianza, la autoestima de la madre, el reencuentro consigo misma, con el placer y con su compañero, en su propio viaje por la paternidad. 

Por su parte, Esther Vivas (Mamá desobediente, 2019) lleva la reflexión al terreno político, combinando el rigor del ensayo feminista con testimonios crudos sobre duelos perinatales y lactancia, mientras reivindica el derecho a maternar (o no) en libertad.

Estas obras, junto a las de ficción, confirman que la maternidad en la literatura contemporánea es un territorio de luces y sombras, donde caben tanto la ambivalencia como la resistencia. Pero ese es uno de los objetivos de la literatura: ser un espejo más fiel de la experiencia humana: diversa, contradictoria y, sobre todo, libre.

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