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Medicina funcional

Especial Medicina funcional

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INTRODUCCIÓN

LAS CARTAS SOBRE LA MESA


Siempre supe que quería ser médico, sin importar las dificultades inherentes a la profesión. Pronto comprendí que ésta era una senda en la que enfrentaría grandes retos, pero que también ofrecía el privilegio de acompañar a las personas en momentos cruciales de su vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Una vez que se ha experimentado eso, es muy difícil elegir otra actividad que nos permita realizarnos como individuos.

Ha habido momentos de duda y desesperación. En uno de ellos, cuando más llegué a vacilar, el camino me llevó hacia la medicina funcional, que me devolvió la pasión. Debido a que requiere de una profunda comunicación entre el médico y el paciente, esta disciplina le da a las personas una renovada confianza en la ciencia, y a quienes la practican, la recuperación del amor y el orgullo por lo que hacen. La medicina funcional entiende que cada enfermedad representa desviaciones que deben ser analizadas y comprendidas en detalle, para revertirlas definitivamente y así mejorar la calidad y la expectativa de vida, a fin de alcanzar una verdadera transformación del individuo. Requiere empatía y comprensión para generar confianza y ser efectiva. El vínculo médico-paciente es indivisible y un valor que debe ser celosamente cultivado.

Aunque en mis inicios este modelo no se asomaba en el panorama, tenía muy claro que lo que le daba sentido a mi profesión eran las personas, por lo que si no podía comunicarme con ellas no sería fiel a mi vocación. Ahora me entusiasma más que nunca seguir aprendiendo y me doy cuenta de la enorme cantidad de cosas que aún no sé. Me gusta ver pacientes y compenetrarme con ellos, y me regocija descubrir cómo funciona nuestro maravilloso organismo.

¿Qué nos motivó a realizar esta obra? Para uno de nosotros tuvo que ver con el momento de vida, problemas de salud, el desencanto con la medicina convencional y las experiencias de un largo trayecto. Para el otro, en su calidad de médico, surgió de la frustración ante la pobre evolución de los enfermos, a pesar de la estricta implementación de las normas y conocimientos aceptados. Como sea, para ambos ha sido una experiencia extraordinaria y muy gratificante. Al margen de la información vertida en este libro, del beneficio que buscamos para la sociedad y de las expectativas que tenemos sobre su difusión, lo más valioso fue el tiempo, las discusiones y polémicas entre los dos. Mi padre, defensor implacable de sus puntos de vista y con la visión de quien tiene experiencias que yo todavía no he vivido, siempre luchó por evitar caer en tecnicismos que alejaran al lector. Sus críticas fueron severas, obligándome a reescribir secciones completas hasta lograr su absoluta comprensión. Además, participó en el proceso de investigación, recabando artículos que quizá yo habría ignorado, pero para quien nos lea serán de gran interés.

Este maravilloso proyecto, que fortaleció nuestra relación padre e hijo, requirió de una intensa labor de casi cuatro años. Pasamos por varias versiones, que depuramos para mantener nuestra objetividad y el balance que te permitiera, lector, sacar tus conclusiones. Nuestras mayores inquietudes siempre fueron que se leyera fácilmente sin caer en complejidades que lo hicieran incomprensible para las personas no familiarizadas con el sector salud y brindarle al público en general otro punto de vista.

El conocimiento nos fortalece y en este rubro son pocas las fuentes disponibles, actualizadas y críticas que inviten a las personas a reflexionar sobre su derecho al bienestar. Cada dato, anécdota y caso clínico que vertimos en el relato estuvo siempre pensado para el lector final, con el fin de expandir sus horizontes.

Uno de los principales retos que enfrentamos fue el cúmulo de información, pues apenas terminábamos un capítulo aparecían nuevos estudios y reportes con los que podíamos seguir enriqueciendo el material. Así es la medicina, una ciencia viva y muy dinámica. Aunque conserven el mismo nombre, los padecimientos de hoy pueden ser muy distintos de los de antaño. Nuevos datos sobre su origen, mecanismos fisiopatológicos, evolución y manifestaciones clínicas pueden incluso obligarnos a categorizar y tratar de otra manera ciertas enfermedades. Debido a su proceso, estructura y lógica, la medicina funcional siempre permanecerá actualizada.

No callamos y dijimos lo que había que decir, exponiendo con claridad las diferencias entre la medicina funcional y la alópata, que aquí llamaremos “convencional”, así como los conflictos de interés que rodean a ésta última. Nuestra principal misión fue ilustrar y proporcionar al lector los conocimientos que le permitan desarrollar un pensamiento crítico que cuestione el statu quo. No aceptamos lo que el establishment de la medicina nos impone. Si en el camino herimos sensibilidades o dijimos cosas que muchos piensan que no deben ventilarse públicamente, lo sentimos, nuestro compromiso es con la sociedad y estamos convencidos de que todos tenemos derecho a vivir mejor y a alcanzar una verdadera plenitud física, mental y emocional.

El modelo de la medicina convencional, fincado en la cantidad de pacientes atendidos, en pasar el menor tiempo posible con ellos buscando la eficiencia, en no involucrarse personalmente sino en limitarse a abordar el problema inmediato por el que nos consultan, en no escucharlos y privilegiar el cumplimiento de los requisitos exigidos por las compañías aseguradoras, es lo que ha generado la crisis actual de los servicios de salud. No sólo cada vez menos jóvenes optan por esta profesión, sino que los doctores maduros han perdido el idealismo, se han monetizado, se expresan con cinismo y desdén de sus enfermos y, en suma, terminan padeciendo burnout o estrés laboral.

La medicina actual es paternalista, no nos hace partícipes en la toma de decisiones. Asimismo, se apega a protocolos de “mejores prácticas” y programas dirigidos a atender padecimientos específicos, pero no toma en consideración las necesidades propias de cada persona. Enfatiza el cuidado crítico y, en casos extremos, se obstina en prolongar la vida aun en circunstancias que a toda luz son causas perdidas, cuando en realidad lo único que logra es perpetuar la agonía del enfermo y de sus seres queridos.

Este modelo es considerado muy seguro, pero analicemos: ¿para quién lo es? La respuesta no apunta hacia la gente, sino hacia los accionistas de las farmacéuticas, los grandes hospitales, las compañías aseguradoras, los laboratorios de análisis clínicos, los gabinetes de estudios radiológicos y otros sectores, como los proveedores de servicios médicos a domicilio. Para todos ellos las condiciones actuales les representan una auténtica mina de oro.

Para el individuo común y corriente la medicina convencional es ineficaz y no resuelve los problemas que hoy afligen a la sociedad, basta ver lo que ha sucedido con las epidemias de diabetes y trastornos del afecto como depresión y ansiedad. En ambos casos, la industria farmacéutica ha respondido diseñando una amplia gama de medicamentos que no revierten estas condiciones y, de hecho, pueden generar importantes efectos adversos. Siendo honestos, su práctica es hostil y, en el mejor de los casos, incomprensible, en buena medida por el deterioro continuo de la relación médico-paciente. Hace mucho que el doctor dejó de ser el amigo de la familia, el mentor, el guía y confidente. Hoy sus prejuicios le impiden tener la apertura para evaluar lo que no conoce.

En lugar de enriquecerse combinando lo que sabe con aquello que, si bien no dimensiona en su totalidad, ha demostrado ser efectivo en muchos casos, termina limitándose a descalificar. Peor aún, conforme los avances científicos aumentan su comprensión de los fenómenos subjetivos, se abstiene de validar dicha información. Los ejemplos abundan. Basta con observar cómo las nuevas técnicas de resonancia funcional del cerebro han comprobado los efectos benéficos de la meditación y los cambios emocionales profundos, como el amor y la sensación de pertenencia. Pasando de lo anecdótico y especulativo, diversos estudios demuestran que la práctica meditativa incrementa la densidad de la sustancia gris en regiones cruciales para el aprendizaje, la memoria, la regulación emocional y la perspectiva, como el hipocampo y la corteza prefrontal,1, 2 mientras que los sentimientos positivos detonan la liberación de oxcitocina, una hormona fundamental para la vinculación social, que estimula áreas cerebrales responsables de la gratificación y el placer.3, 4 El asunto es que al no haber medicamentos específicos para “tratar” estas emociones, se prefiere no reconocer esos hallazgos.

En cambio, para la medicina funcional es fundamental conectarse con el paciente. Esta es su esencia. Con una filosofía preventiva y no sólo paliativa, aborda preguntas como ¿por qué hay jóvenes viejos y viejos jóvenes?, o, dicho con otras palabras, ¿por qué hay jóvenes enfermos y ancianos saludables y vitales? La medicina funcional reconoce las diferencias entre edad biológica y cronológica, y analiza las contribuciones del estilo de vida y el medio ambiente al riesgo de generar una enfermedad.

Es evidente que la medicina convencional afronta una crisis, como lo demuestra su pérdida de efectividad, y requiere un cambio dramático para enfrentar la problemática de salud del mundo desarrollado. Es útil para resolver los problemas agudos como infecciones, trauma y eventos que requieren de cirugía, pero no para enfrentar la epidemia de enfermedades crónico-degenerativas, los llamados “asesinos silenciosos”, que hemos creado. Vivimos más pero no mejor, padecemos de obesidad, diabetes, cáncer, artritis, demencias, hipertensión y arteriosclerosis. Al tiempo que envejecemos perdemos calidad de vida, y más allá del cuándo moriremos, adquiere mayor importancia si estaremos en condiciones óptimas para disfrutar de nuestros últimos años.

Como si se tratara de un parto, el cambio que está por nacer no está ocurriendo fácilmente y sin dolor. La medicina alópata considera las opciones médicas distintas a la suya como modas o mera charlatanería. No se toman como propuestas serias y con sustento científico. Sin embargo, la medicina funcional es un mapa de ruta diferente para evaluar los padecimientos y crear salud. Incorpora los conceptos de antienvejecimiento (retardar y aminorar el deterioro propio de la edad) y regeneración (revertir el daño orgánico producido por la enfermedad o el envejecimiento), e incluye tratamientos basados en suplementos alimenticios y productos naturales de herbolaria, entre muchas otras opciones, para recuperar el equilibrio del organismo. También combina los más increíbles avances clínicos y tecnológicos con la sabiduría de disciplinas ancestrales, y regresa a escuchar y a compenetrarse de manera genuina con el paciente restableciendo el vínculo entre ciencia y arte. Representa la forma más efectiva y humana de tratar los padecimientos crónicos y complicados.

El mundo, la ciencia y la sociedad han cambiado de modo vertiginoso en los últimos setenta años. Pasamos de la era industrial a la de la información. Nuestro estilo de vida y alimentación son radicalmente diferentes, y no hay duda de que hoy habitamos un planeta mucho más contaminado y tóxico que el de nuestros abuelos. De igual forma, los problemas de salud y la expectativa de vida son muy distintos a los de unas décadas atrás. Entonces, ¿por qué seguimos utilizando el modelo de atención médica diseñado a principios del siglo xx?


CAPÍTULO 1

CONFRONTACIÓN


Lo que se opone más al descubrimiento de la verdad no es la falsa apariencia que exhiben las cosas, llevando al engaño y al error, ni directamente por la debilidad de la inteligencia, sino por la opinión preconcebida, por el prejuicio.

— Arthur Schopenhauer



CASCADA DE EVENTOS

Imagina que estás frente a una persona hospitalizada en la unidad de terapia intensiva. No es una escena agradable, pero al mismo tiempo es más común de lo que nos gustaría reconocer. Lo único que rompe el silencio es el incesante pitido de la pantalla junto a la cabecera de la cama y el ruido sordo del ventilador conectado a la boca del paciente por medio de un tubo. Algunos de los equipos e instrumentos que lo rodean miden sus funciones orgánicas y los otros lo mantienen artificialmente con vida. No es necesario ser un experto para reconocer que sin todos esos apoyos, la muerte reclamaría en poco tiempo al individuo que languidece frente a ti.

Supongamos que los padecimientos de esta persona comenzaron tiempo atrás, luego de una serie de idas y venidas con diferentes doctores. Además de una larga lista de malestares, había sido evidente la dramática aceleración en el ritmo de envejecimiento, pues en siete años parecía haber ganado veinte. Su piel seca, arrugada, maltratada y con un tinte grisáceo denotaba que su salud distaba de ser ideal. Su cuadro clínico no había sido etiquetado ni se comprendió qué detonó la cascada de eventos.

Ahora llevemos este ejercicio de imaginación a tu propia vida. Piensa detenidamente: cuando has visitado a un médico, ¿en realidad te escuchó? ¿Se ocupó de ti o sólo de tu malestar? Lo habitual es que te haya preguntado un mínimo de cosas, todas vinculadas con tus síntomas actuales. Lo más seguro es que te examinó de forma superficial y te extendió una receta con una lista de medicamentos. El clímax de la consulta es la prescripción y pocas veces, si acaso, te explica lo que sucede. Es raro que el médico dé pie a que expreses lo que sientes, tus inquietudes, tus dudas. Entonces, ¿se concentró en la enfermedad o en ti?

Avancemos unos días luego de la consulta, una vez que el malestar desapareció te sentiste sano otra vez, ¿cierto? Falso. Aunque los síntomas ya no estuvieran, el médico no indagó acerca del origen del problema, las interacciones entre los diferentes sistemas biológicos ni las circunstancias subyacentes de tu organismo que propiciaron el trastorno. No se ocupó de tu alimentación, ni inquirió sobre la profundidad del sueño, si realizas ejercicio físico y, seguramente, no consideró el estrés en tu vida, tu situación emocional ni el apoyo familiar o social con el que cuentas. Entonces, ¿te curó o sólo te hizo sentir mejor transitoriamente? ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que la enfermedad reaparezca o se presente otra complicación?

Es un hecho que, ante síntomas confusos y la falta de información diagnóstica, el modelo médico actual se ve rebasado y el abordaje típico se limita a seleccionar uno o varios fármacos para mitigar las preocupaciones del momento. En ese sentido, si no se encuentran anomalías en los estudios, se asume que se tiene un buen estado de salud, llegando al extremo de ignorar los malestares que aquejan a la persona.

EL HOMBRE: ENEMIGO DE SU PROPIA EVOLUCIÓN

El reto más grande en la evolución de la especie humana es el hombre mismo. De no ser por la naturaleza y sus inclemencias, lo más seguro es que nunca hubiésemos progresado. Somos un animal de costumbres que se estaciona perennemente en su zona de confort. Nos resistimos al cambio y respondemos con prejuicios y descalificaciones ante la novedad y la innovación. Lo que más nos asusta son las ideas, en particular cuando van en contra de lo aceptado y establecido. Nos aferramos al pasado, a lo que sentimos seguro. Ni siquiera las disciplinas más jóvenes escapan a esta situación. Parafraseando a un respetado amigo, psicólogo y brillante guía del desarrollo humano: “El problema con la psicología moderna es que le encanta la arqueología, por eso seguimos leyendo a Freud”.

La medicina, tal vez la más antigua de las ciencias y las artes, ha evolucionado a pasos agigantados, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo xx. En el pasado, las principales causas de muerte que asediaron a la humanidad fueron las infecciones. Poblaciones enteras se vieron diezmadas por plagas y pestes, como la sepsis puerperal, tuberculosis, viruela, difteria, neumonía, gastroenteritis y muchas otras. El descubrimiento de que esos padecimientos eran causados por microorganismos, sumado al eventual desarrollo de vacunas y antibióticos, desencadenó una verdadera revolución de la medicina. No obstante, a pesar de que ya no es tan común morir de infecciones, de que se ha prolongado la vida y han ocurrido grandes avances, el modelo vigente de atención no es el adecuado para las enfermedades crónico-degenerativas, cuya naturaleza es completamente diferente.

El ser humano es mucho más que su fisiología y biología. Es fundamental contemplarlo también desde su esfera psicológica. Si no valoramos a la persona en su entorno sociocultural y no nos percatamos de las influencias emocionales a su alrededor, no podremos comprender sus aflicciones. La falta de perspectiva general y la subespecialización de la medicina convencional han convertido a sus practicantes en técnicos con una visión muy restringida de la salud. Sabemos mucho de pocas cosas, pero no logramos entender la forma en que cada una de las partes contribuye al funcionamiento del todo.


LA MEDICINA FUNCIONAL NO OFRECE CURAS MILAGROSAS

La práctica de utilizar un medicamento para resolver un problema específico se extrapoló a la cirugía, a la medicina de urgencias y, de forma más reciente, a la terapia intensiva. Lo que caracteriza a la medicina alópata es el empleo de fármacos como tratamiento. En principio, el médico identifica los síntomas, le pone nombre al trastorno y elige uno o más medicamentos de una lista de opciones aportadas por las compañías farmacéuticas. Los resultados fueron extraordinarios, pues se abatió la mortalidad y se prolongó la vida. Sin embargo, hemos pagado un precio muy alto, pues los beneficios han venido acompañados de efectos adversos graves y frecuentes que contribuyen a la aparición de una verdadera epidemia de enfermedades crónicas que el sistema de salud vigente no está capacitado para tratar y, mucho menos, prevenir.

En unos cuantos años, el paciente que antes fallecía en poco tiempo se convirtió en un sujeto que requiere de constantes cuidados y tratamientos, en ocasiones, por periodos prolongados. Pero, ¿qué son las aflicciones crónicas y cuál es la forma ideal de afrontarlas? Por su naturaleza, se trata de padecimientos que no desaparecen una vez que se han instalado, sino que progresan y se complican con el tiempo. Su origen responde a varios factores y los malestares que presentan son diversos y complejos. Todos conocemos estas enfermedades, pues las vivimos directamente o a través de alguien cercano que padece diabetes mellitus, obesidad, trastornos cardiovasculares, como infartos o hipertensión arterial, artritis, osteoporosis, demencias, enfermedad de Parkinson, degeneración macular, cáncer, etc. Son los jinetes del apocalipsis de la edad adulta, responsables de la pérdida de la calidad de vida y de una mortandad anticipada.

El tratamiento alopático nos permite sobrevivir a complicaciones agudas, como infecciones, enfrentar problemas quirúrgicos y una gama de eventos y emergencias que ponen en riesgo inmediato nuestras vidas, aunque tiene la limitante de no estar diseñado para la prevención. En cambio, la metodología de la medicina funcional sí incluye ese enfoque, además de que busca mantener la salud, la calidad de vida y el abordaje efectivo de los padecimientos crónico-degenerativos. En algunas circunstancias, ambos tipos de medicina se deben utilizar conjuntamente, extremando los cuidados para evitar los impactos indeseables de las terapias convencionales.

El caso del señor Guevara ilustra con claridad la contribución de estas dos formas de medicina. Tenía 66 años y contaba con antecedentes de hipertensión arterial y colesterol elevado, así como con un historial de familiares con diabetes, cáncer y enfermedades cardiovasculares, como infartos cardiacos y presión arterial alta. Desde que tenía 60 años, un cardiólogo lo revisaba con regularidad y lo trataba con diversos medicamentos para controlar el colesterol, a los que presentó efectos adversos. Sus chequeos se limitaban a la realización de electrocardiogramas, que sólo mostraban un bloqueo en la conducción del estímulo eléctrico.

Acudió a consulta conmigo para bajar de peso y “ponerse en forma”. A pesar de que aseguró estar en buenas condiciones de salud, la evaluación demostró múltiples malestares, una rutina perjudicial caracterizada por sedentarismo absoluto y malos hábitos alimentarios, problemas de sobrepeso, presión descontrolada y una serie de hallazgos clínicos relacionados con desequilibrios metabólicos y hormonales, además de riesgos cardiovasculares.

Estudios básicos de laboratorio, previamente realizados, reportaron la glucosa un punto por arriba del máximo normal, triglicéridos altos y el colesterol “bueno” reducido. Tras solicitarle pruebas complementarias, confirmé la existencia de diversas anomalías que, en conjunto, producen y aceleran la arteriosclerosis. Pero lo más relevante fue que en un estudio radiológico especial aparecieron importantes calcificaciones en dos de las cuatro arterias principales del corazón.

Era evidente que los medicamentos para controlar el colesterol no habían servido, por lo que se modificó el tratamiento para abordar cada anomalía que había generado esta situación. Además de solicitar otras pruebas para determinar el significado de la obstrucción en las arterias coronarias, le sugerí regresar con el cardiólogo para realizar un cateterismo cardiaco y una angioplastia, a fin de mejorar el flujo sanguíneo y evitar un infarto.

Otro ejemplo que ilustra cómo ambos tipos de medicina pueden ser aplicados en conjunto es el de Lucía, quien llegó a consulta por mieloma múltiple, un cáncer poco común que afecta a un tipo de células de la médula ósea, llamadas plasmáticas. La estaban tratando con quimioterapia, en preparación para un trasplante de médula ósea. Aunque conocía su diagnóstico y las estadísticas convencionales de sobrevida, acudió conmigo para ampliar sus opciones terapéuticas. La medicina funcional no ofrece curas milagrosas, pero, sustentada en la ciencia, siempre puede ayudar y hacer la diferencia. Mi propuesta para Lucía no se limitó a escucharla y apoyarla, sino a proporcionarle los elementos necesarios para fortalecer su sistema inmune, mejorar su tolerancia a la quimioterapia, minimizar el riesgo de reacciones adversas y optimizar las capacidades de su organismo para luchar en contra de esta condición.

En ambos casos, la medicina funcional hubiera actuado de manera preventiva, pero, una vez que enfrenta un problema, lo hace integralmente. Profundiza en el diagnóstico hasta tener claras sus causas, para así indicar los tratamientos que nos permitan recuperar el equilibrio natural. Además, no se restringe y reconoce que hay intervenciones de la medicina convencional que deben utilizarse para ofrecerle al paciente mayores oportunidades.


QUÉ ENTENDEMOS POR SALUD

No definimos algo diciendo lo que no es. Resulta absurdo hablar del frío como lo no caliente o de lo bueno como lo no malo. No cabe duda de que la riqueza del lenguaje da para mucho más que eso. Entonces, ¿por qué asumimos que salud implica no estar enfermo? Si no clarificamos este concepto, no podemos aspirar a una verdadera calidad de vida.

Enfermedad... eso es fácil de explicar. Es la desviación del funcionamiento normal del organismo, como la ruptura de algo, la degeneración de un órgano o sistema, el desequilibrio químico o metabólico, la putrefacción, etc. Ahora, en cuanto a la definición de salud, ése es un reto interesante.

En 1948, cuando la expectativa de vida en el mundo era mucho menor que la actual y la medicina estaba en pañales en comparación con la de hoy en día, se formó la Organización Mundial de la Salud (oms). En ese momento de la posguerra, en el preámbulo de la constitución de este organismo multinacional, se asentó lo siguiente: “Salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad y dolencia”.

El término estado se refiere a una continuidad en el tiempo, a algo duradero, y no sólo a un momento específico en la cronología de la persona. Completo es un adjetivo muy poderoso, representa la totalidad de algo, de lo cual se infiere que no es posible estar saludable si existe alguna alteración, por pequeña que sea, es decir, no se puede estar saludable a medias.

Bienestar es quizá el atributo más complejo de la definición. Lo que a mí me da placer, tranquilidad o seguridad, no por fuerza tiene el mismo efecto en ti; sin embargo, el punto fundamental es que tienes que sentirte bien. Si no te duele nada y todo está, en apariencia, funcionando de manera adecuada, pero te sientes intranquilo, incómodo o tenso, simplemente no te encuentras en un estado de completo bienestar.

Es claro que nuestro mundo de principios del siglo xxi es muy diferente al de 1948. Hoy hablamos de técnicas de fertilización asistida, almacenaje del cordón umbilical y de piezas dentales como fuentes de células madre, de trasplantes de órganos, consejo genético, nutrigenómica, medicina crítica, marcapasos y otras tantas cosas que ni siquiera soñábamos cuando se propuso la definición de la oms. Entonces, ¿siguen siendo válidos estos conceptos? Por sentido común es lógico afirmar que es necesario actualizarlos y ajustarlos a la realidad actual. Pero no podemos perder de vista que el reto ahora es aún mayor, debido a las capacidades diagnósticas que se anticipan varios años a la manifestación clínica de la enfermedad. Esto significa que, aunque nos sintamos sanos, quizá ya existan las alteraciones que en un futuro nos afectarán. Por tanto, es evidente que la definición vigente de salud es limitada, engañosa e irreal, y debe ampliarse para considerar otros factores, como la epigenética —es decir, la influencia que los factores externos ejercen sobre la activación de los genes—, el estilo de vida y el medio ambiente.

Si reconocemos que la salud es un derecho social e individual, la enfermedad representa un tipo de injusticia. Los grupos poblacionales más desfavorecidos no sólo presentan diversos padecimientos con mayor frecuencia y severidad, sino que tampoco pueden acceder a la educación ni a los servicios disponibles para las clases acomodadas. Aunque hay sociedades en las que esto es más notorio que en otras, ninguna escapa a esta realidad. Es un hecho que esto también debe contemplarse en las definiciones, como una medida básica de humanismo y equidad.

A partir de lo expuesto, proponemos la siguiente definición: “La salud es un derecho propio e inalienable de todos los seres humanos. Consiste en un estado de total normalidad bioquímica y fisiológica, que se traduce en la percepción de completo bienestar físico, mental, emocional y social, y que previene la aparición futura de enfermedad o dolencia”.


SALUTOGÉNESIS

Habiendo derrumbado el paradigma de que salud equivale a ausencia de enfermedad, nos enfrentamos a un gran reto, el de cambiar el abordaje médico convencional de tratar malestares y anomalías, por uno que se enfoque en generar bienestar.

Es absurdo que tradicionalmente la medicina se enfoque en estudiar los mecanismos responsables de las desviaciones que culminan expresándose como padecimientos, lo que denominamos fisiopatología y enseñamos en las universidades, pero nunca aprendemos cómo crear salud.

La respuesta a esta incongruencia es la salutogénesis, una disciplina que por desgracia no ha sido reconocida ni abrazada. Su progenitor, Aaron Antonovsky, profesor de sociología del bienestar, propuso que en el continuo entre salud y muerte, la posición en la que se encuentra el individuo en cada etapa de vida es variable y modificable.3

Su modelo parte de la premisa de que el estrés es omnipresente, pero existen fuerzas positivas y negativas que influyen determinando el impacto que éste tendrá sobre la salud. A las primeras les llamó “Recursos Generalizados de Resistencia” y constituyen todos aquellos elementos con los que contamos para afrontar adecuadamente las agresiones; hoy conocemos esto con el término genérico de resiliencia. Las segundas conforman el “Déficit Generalizado de Recursos” y engloban todas aquellas circunstancias que erosionan las capacidades para reaccinar ante el estrés. El balance entre ellas se traduce en patogenicidad, o sea, propensión a la enfermedad.

Sin embargo, el punto esencial que Antonovsky resalta es que el déficit generalizado de recursos depende del “Sentido de Coherencia”, que en términos muy concretos representa todo aquello que le da sentido a nuestra existencia. Si tenemos algo o alguien por quien vivir contaremos con todas las herramientas necesarias para lidiar con la peor de las adversidades.


SANAR NO EQUIVALE A CURAR

Ahora analicemos otro punto importante: ¿qué es la sanación? El Diccionario de la lengua española la define como: “Curación por medio de prácticas esotéricas o de terapias alternativas”. Entonces, ¿es lo mismo que curación, pero mediante métodos que carecen de comprobación científica? No, y precisamente éstas son las confusiones que deben clarificarse para desarrollar modelos de atención de la salud más efectivos y humanos.

Para la medicina funcional, que se centra en la persona y no en la enfermedad, sanación implica generar cambios de alto impacto en patrones de conducta del individuo. En palabras de David Rakel, médico funcional: “Cura y corrige cuando sea posible, pero si ignoramos la sanación, seguramente la cura no será duradera o bien dará paso a otra enfermedad que pudiera no ser curable”.

El concepto parte de la premisa de que el organismo tiene sus propios mecanismos de reparación y regeneración, de ahí que el objetivo del tratamiento sea aportar los elementos necesarios y crear las condiciones correctas para que pueda recuperarse.

Curar, en cambio, significa aliviar una condición o enfermedad. Usualmente se limita a medicamentos y cirugía, aunque también debería de incluir modificaciones en el estilo de vida. Casi siempre la acción curativa no considera al paciente y se apega a protocolos o lineamientos aceptados de “buenas prácticas”, desarrollados para la población en general y no para el individuo en particular.

Así pues, sanar no equivale a curar. Tampoco supone implementar medidas extraordinarias. Se trata de cambios simples pero trascendentales, como reducir el estrés, mejorar los hábitos alimentarios, practicar ejercicio físico y moverse, promover una sensación de comunidad y de pertenencia, contar con un propósito de vida y bienestar emocional y espiritual. Aun ante las peores circunstancias, enfrentados a padecimientos incurables y en fase terminal, es posible sanar. La compasión y la empatía siempre ayudan, aunque otras terapias no lo hagan.

La sanación es un proceso dinámico que ocurre en un ambiente de cambio constante y requiere de:

Auténtica comunicación entre el paciente y el médico.

La evaluación de todas las opciones terapéuticas, considerando la evidencia científica en el contexto de la cultura y el sistema de creencias de la persona.

La elección del tratamiento conjuntamente entre el individuo y el profesional de la salud para, así, empoderar al primero.

Reevaluación continua para adaptarse a las circunstancias y optimizar resultados.

Se trata de un aprendizaje que parte de las experiencias y vivencias pasadas y culmina con la comprensión de los orígenes del problema. Esa confrontación permite la resolución definitiva, en lugar de sólo controlar el malestar.4

Al limitarse a abordar los síntomas, la medicina convencional no sana, sólo cura y lo hace de manera superficial y transitoria. En muchas ocasiones, escuchar, comprender y tomar la mano del doliente genera mucho mayor bienestar que el medicamento más sofisticado y costoso.


EMPATÍA PARA GENERAR CAMBIOS

Se tiene la idea de que el médico debe ser frío para poder enfrentar el sufrimiento ajeno, pero nada más alejado de la verdad. No puedo ayudar genuinamente a otros si no me identifico con su sentir. Por tanto, el profesional de la salud debe ser cálido y sensible hacia quien sufre.

Sin embargo, para conseguirlo, primero hay que entender que dolor y sufrimiento no son lo mismo. El primero es un mecanismo fisiológico de protección, una señal que utiliza el cuerpo para evitar mayor daño ante agresiones que pueden tener muchas formas, como: inflamación, laceración, aplastamiento, quemadura, falta de irrigación sanguínea, etc. Las terminaciones nerviosas recogen esa información y la transmiten al cerebro, donde se integra y se vuelve consciente. En ocasiones, la reacción es refleja, como cuando se retira la mano bruscamente del fuego, pero en otros casos requiere de un análisis que motiva al individuo a tomar una decisión. El significado que le damos al dolor depende de muchas variables, entre ellas educación, cultura e influencias sociales.

Por su parte, el sufrimiento es una emoción; es nuestra interpretación y respuesta frente a una situación que nos molesta. Determina la forma en que percibimos el dolor: cuanto más sufrimos, experimentamos más dolor.4 En el caso de Lucía, que describimos páginas atrás, si bien la medicina funcional no garantiza quitarle el cáncer (aunque pudiera llegar a hacerlo), sí reduce los efectos nocivos de la quimioterapia, disminuyendo su dolor y, con ello, su sufrimiento.

Que el médico comprenda o no esta sensación no depende de un aprendizaje teórico, sino que es una reacción intrínseca del ser humano. Esta capacidad radica en el cerebro, en células nerviosas especializadas llamadas neuronas espejo, responsables de la empatía y de la habilidad de identificarnos con el sufrimiento de otros. Gracias a nuestras propias experiencias, vivencias y sufrimiento personal, nos humanizamos.

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