Alejandra Moffat recomienda libros profundos e inspiradores
La autora chilena nos habla de "Mambo", una novela íntima, de infancia y clandestinidad durante la dictadura chilena, escrita desde México.

En esta entrevista, la escritora y guionista chilena Alejandra Moffat nos sumerge en el universo de su novela Mambo, publicada por Hachette México, una conmovedora historia narrada desde la mirada de una niña que crece en medio de la clandestinidad durante los años más oscuros de la dictadura chilena. Además, recomienda libros profundos e inspiradores.
Videoentrevista con Alejandra Moffat

Ternura, horror y dictadura
Con un estilo que mezcla lo dulce y lo desgarrador, Alejandra Moffat construye en Mambo un relato íntimo sobre cómo los niños perciben —y reinterpretan— los conflictos políticos que los rodean. Desde su escritura en México hasta las inspiraciones detrás de su protagonista, Ana, la escritora revela a Librotea los desafíos creativos, las influencias culturales y el poderoso vínculo entre memoria e imaginación que define su novela.
Alejandra, ¿de qué trata tu novela Mambo?
Mi novela narra la historia de una familia chilena que durante los años ochenta debe vivir en la clandestinidad. Todo está contado desde el punto de vista de una niña que forma parte de esta familia y que crece en este contexto. La novela avanza junto a ella, mientras va descubriendo poco a poco lo que ocurre a su alrededor, siempre con información fragmentada y un mundo al que no puede acceder por completo.
Háblanos de Ana, una niña que vive un contexto político complejo.
Ana es un personaje que, a través de ciertos estímulos que recibe de los adultos, comienza a entender el contexto de peligro. Sin embargo, explicar a un niño un contexto político no es fácil, pues estos suelen ser complejos.
Al mismo tiempo, puede resultar abstracto: uno quiere saber qué pasó, qué sucedió realmente. Los padres, mediante juegos y explicaciones, le transmiten ese lenguaje, y ella lo asimila, creando una versión más fantasiosa de la realidad. Esta, a su vez, refleja sus miedos, sensaciones y emociones a lo largo de la historia.
A medida que crece, su comprensión se aclara, como cuando se ajusta un lente en el oculista. Al principio, todo es difuso, pero poco a poco los márgenes se definen. Así ocurre con el mundo adulto: uno nace en un entorno ya en marcha y lo va aprendiendo a través de otros, no de manera directa.
El padre, en particular, recurre a dibujos para explicarle. Esas imágenes se expanden en su imaginación, mezclándose con elementos fantásticos que percibe como reales, algo típico de la infancia. Como cuando un niño afirma haber visto un león y uno acepta su relato sin cuestionarlo.
Me interesa explorar esa aparente inocencia dentro de un contexto político y difícil, así como el peso de la infancia, que a menudo se subestima en medio de conflictos históricos. Considero crucial abordarlo con seriedad.
¿Cómo nace la historia y cómo lograste aterrizar el estilo, entre dulce y fuerte, de la novela?
La historia nace porque yo tenía muchas ganas de trabajar este tema. A veces uno empieza a escribir algo y se obsesiona sin saber bien hacia dónde va o en qué va a terminar. Sabía que estaba trabajando una novela, pero al principio lo hice con una voz completamente adulta.
Escribí toda una versión de Mambo desde una adulta recordando su infancia, y había algo en ese traspaso, en esa traducción de la infancia a través de una mirada adulta, que no me cerraba. No me gustaba.
También me pasaba que en la militancia hay ciertas figuras que tienen que ver con lo heroico: qué hicieron, cómo se opusieron al régimen, cómo arriesgaron la vida. Y yo quería trabajar ese mismo tema, pero con otra voz, una más cotidiana, que pierde información, que imagina cosas dentro de esa historia.
Porque eso me hacía reflexionar más sobre las contradicciones de un contexto, en vez de quedarme con la seguridad de la adultez, que va clasificando todo: esto es esto, esto es lo otro.
Para mí fue muy importante porque, de hecho, la escribí en México, completa. Y hubo un lugar que siempre cuento: el Museo del Juguete. Me fascinó porque era un museo con muy poca información, que mezclaba juguetes inocentes con otros que daban miedo, cosas terroríficas. Y pensé: "Así me gustaría que fuera Mambo. Que se mezclaran todos esos elementos todo el tiempo, que no fuera solo terror o solo algo complejo, sino que tuviera momentos tiernos, otros de mucho miedo, historias incompletas, muchos personajes secundarios". Como ese museo, que mostraba cosas que en una historia oficial no tendrían cabida.
Y en las historias oficiales los niños nunca caben. Los libros de historia siempre están escritos desde la adultez: los buenos, los malos, lo heroico, lo no heroico, todo catalogado. Yo quería trabajar una parte de esa historia desde otro lado. Además, yo nací en dictadura, es algo que viví de cerca. Mis padres fueron militantes un tiempo. Así que tenía ciertas historias dando vueltas, hasta que al final las escribí.
¿Cambió tu visión sobre la dictadura chilena después de escribir Mambo?
No diría que cambió, pero sí se completó un ciclo al compartir el libro. Durante la escritura, estaba más enfocada en los aspectos técnicos y los desafíos narrativos. Pero al dialogar con los lectores, descubrí que muchas personas se identificaban con los recuerdos y vivencias plasmados en la novela.
Mambo es un grano de arena en la inmensidad de lo que se puede contar sobre esa época. No es una historia definitiva, sino parte de una generación que ha escrito sobre este tema.
Conexión entre México y Chile
La historia de Mambo no solo se desarrolla entre Chile y la clandestinidad, sino también entre dos territorios literarios: el país natal de Alejandra Moffat y México, donde la novela encontró su voz definitiva.
Para ella, el exilio chileno durante la dictadura tejió una red artística en México que hoy sigue viva en el cine, la literatura y esa complicidad especial que solo existe entre naciones hermanas.
¿Cómo fue el recorrido de la novela, de Chile a México?
Fue muy significativo que Mambo se publicara en México, porque lo escribí allí y muchos recuerdos de ese país se filtraron en el libro. Para mí, era esencial que la novela tuviera un hogar en México, donde completó su círculo. Estoy muy feliz de que ahora pueda ser leída allí.
¿Cómo ves la unión de México y Chile a nivel artístico y cultural?
México fue un país clave durante la dictadura chilena, ya que recibió a muchos exiliados. Académicos chilenos encontraron refugio en instituciones como la UNAM. Esta vinculación no es nueva; figuras como Gabriela Mistral ya habían establecido lazos culturales con México.
Además, hay una conexión en el carácter de ambos países. En México, siempre me hablaban de Chile con cariño, algo que no ocurre en todos los lugares debido a la lejanía geográfica. Autores como Roberto Bolaño y Alejandro Zambra también han fortalecido estos lazos. Hoy, el intercambio cultural sigue vivo, especialmente en el cine y la literatura.
Te has dedicado a los guiones de cine y series. ¿Qué impacto tuvo esto en Mambo?
Empecé escribiendo novelas, pero alguien me invitó a colaborar en un guión, lo que me introdujo al mundo del cine. Me apasiona la construcción de imágenes a través del lenguaje, algo que también influye en mi escritura. Sin embargo, nunca pensé en Mambo como una película; la concebí como una novela porque son formatos distintos.
Actualmente, trabajo en adaptaciones de otros libros, pero no me gustaría adaptar Mambo. Estoy demasiado ligada a la novela original, y creo que una buena adaptación requiere cierta distancia para permitir que la historia mute.
¿Cuándo vendrás a México a presentar la novela?
Aún no tengo fecha exacta, pero es un hecho que voy a México para presentar la novela; representa un momento importante para mí porque allá tengo amigos que son como mi familia. Me encantaría hacer una presentación en el Museo del Juguete, un lugar que me inspiró mucho.
¿Cómo te fue con el trabajo de edición de Mambo, con Hachette Livre México?
El proceso de edición fue muy enriquecedor. Mi editora, Fernanda Álvarez, me hizo preguntas profundas que me ayudaron a revisar el texto. Es bonito volver al archivo original y ver cómo ciertos cambios pueden dar nuevos significados. Es como una reescritura que mantiene vivo el libro y eso es maravilloso.
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