Jennifer Clement recomienda libros poéticos y necesarios
La escritora habla sobre su libro más reciente, "La fiesta prometida", y los hilos que ha ido bordando para contar su historia, que es también la de dos ciudades.

Charlar con Jennifer Clement es muy interesante. Creadora de una amplia obra literaria que incluye poesía y narrativa, es la única mujer que ha estado al frente de PEN Internacional, la organización de escritores más antigua y grande del mundo. Actualmente presenta La fiesta prometida, libro de memorias que es, también, un recorrido por diversas épocas en dos ciudades. Aquí nos habla al respecto y recomienda libros poéticos y necesarios.
Videoentrevista con Jennifer Clement

Historia de una mujer y dos ciudades
Jennifer Clement es una escritora y poeta estadunidense-mexicana cuya obra literaria ha destacado por su enfoque en torno a la vida de las mujeres en entornos difíciles, vinculados con la violencia y la marginalización. Entre sus libros más reconocidos se encuentran Una historia verdadera basada en mentiras y Ladydi, esta última finalista del Premio PEN/Faulkner.
Su más reciente libro, La fiesta prometida, hace memoria de su vida, desde su nacimiento hasta sus 27 años de edad. La historia está dividida en dos partes: la primera acontece en la Ciudad de México y la segunda parte en la ciudad de Nueva York. Para la autora, "son dos momentos excepcionales en la historia de las dos ciudades, hermanas para mí. Quien lea estas páginas va a encontrar un viaje sobre mi vida personal, sobre cómo me hice escritora, pero va también va a leer sobre la historia artística de estos lugares. Acaba con mis 27 años porque es concluir una odisea: llegué a México, me fui de ahí y a esa edad volví".
¿Cómo se unió tu destino con el de México?
Como muchas cosas en la vida, tuvo que ver con el azar, con el hecho de que mis padres vinieran a México sin el sueño de regresar a los Estados Unidos. Decidieron rentar una casa en la calle de Palmas, que ahora es la calle Diego Rivera, y se adentraron en un mundo de intelectuales, de pintores, de artistas, de profesores de universidades, un universo fascinante del que rápidamente nos volvimos parte. Por eso pensé que si no escribía al respecto, todo eso se iba a perder.
En esa época era muy caro hablar por teléfono a los Estados Unidos, entonces, mis padres escribían cartas. El cartero pasaba dos veces al día en bicicleta, le dabas tus cartas y él las llevaba a la central de Correos. Todas esas misivas las conservó mi abuela, por lo que pude estudiarlas, todas las que escribió mi mamá de 1960 hasta 1974, y son un tesoro.
¿De qué manera unificaste ambos mundos?
En el barrio de San Ángel, a dos cuadras de mi casa, había una escuela inglesa a la que podía ir caminando. Fue fantástico estudiar ahí, porque en ese entonces todavía no estaban estructuradas las reglas de la SEP y mi educación fue con muy poco español. Entonces, el inglés se volvió mi destino por tener padres norteamericanos pero, más que eso, por la escuela. Las personas que estuvimos en el colegio Edron en ese momento, tuvimos el inglés como nuestro destino.
Si uno lee con mucho cuidado el libro, descubrirá que es como un tapiz, hay muchos hilos que voy jalando para unir las dos ciudades, para que ambas estén respirando la una en la otra.
La vida de tu madre también ha sido fascinante.
Estoy de acuerdo contigo, mi mamá es una persona excepcional que tiene 96 años, vive en la Ciudad de México y es una mujer muy valiente que se crio en un rancho en Nebraska del que salió huyendo, que sabe montar a caballo, sabe usar rifles, que tiene un lado siempre misterioso. Pero luego se fue a Nueva York, se casó con mi papá y llegaron a México. Tenía un gran don para la pintura. Su papá era un pintor muy reconocido con colecciones importantes en Estados Unidos, así que estaba rodeada por el arte y en México hizo muchas cosas notables.
Mucha gente no sabe que creó una organización un poco subversiva para darles anticonceptivos y educar a mujeres para que no tuvieran tantos hijos. Todo estaba escondido bajo el nombre de Pro Salud Maternal, pero la sobrepoblación en ese entonces era tremenda y ella pensó en hacer algo al respecto.
¿Cómo fue tu llegada a Nueva York, con ganas de comerte toda la manzana?
Fue muy azarosa. Yo llegué a Nueva York inicialmente para ser bailarina, porque había bailado mucho en México e incluso estuve en la compañía de Waldeen von Falkenstein, una persona que tristemente está muy olvidada pero fue una pieza clave del siglo XX para la danza mexicana, porque trajo la danza moderna al país. Pero ya en Nueva York me di cuenta de que yo había escrito desde chiquita, y pensé que eso era lo que realmente quería hacer. Luego fui a la Universidad de Nueva York, y por cuestiones del azar renté un departamento a media cuadra del Club 57, que estaba de moda. Ahí conocí a Keith Haring, que los miércoles tenía una programación de lectura de poesía, y yo iba a leer mis poemas con él, pero para mí no era el personaje famoso de hoy en día.
Es como la amistad con Basquiat. Yo estaba trabajando de mesera en un restaurante mexicano y ahí conocí a Suzanne Mallouk, quien resultó ser su novia. Llegué a Nueva York en 1978 y mi libro La viuda Basquiat empieza en 1980 y no incluye esos primeros dos años míos antes de que conociera a Suzanne, que sí cuento en La fiesta prometida.
Literatura y libertad de expresión
La viuda Basquiat, de Jennifer Clement, fue catalogado como Mejor Libro del Año en siete categorías por el National Reading Panel y Ladydi fue, en su momento, el Mejor Libro del Año en varias listas. Con esta novela obtuvo el NEA Literature Fellowship y el Sara Curry Humanitarian Award, además de haber sido finalista del PEN/Faulkner Prize y el Femina Prize. Tatiana Huezo la adaptó para cine.
Ahora, con La fiesta prometida, comparte sus memorias pero también es, según sus propias palabras, "un libro sobre la amistad, especialmente entre mujeres".
¿Qué papel tienes en tu libro como escritora bilingüe frente al surrealismo?
En La fiesta prometida me cuestiono mucho sobre el idioma en el que escribo, sobre quién soy, sobre qué es y cómo me afecta el surrealismo. En el libro hay ese tipo de momentos, de autocuestionamiento. Fue importante reflexionar sobre todas las definiciones de lo que era el surrealismo, las de Bretón, Octavio Paz, Diego Rivera, Borges, Alejo Carpentier, para llegar a pensar que el surrealismo de alguna manera va en contra de lo miserable. Entenderlo fue como una guía para mí, porque he escrito libros que podrían ser catalogados como miserables, por ejemplo, sobre el maltrato a la sirvientas, en mi primera novela, Una historia verdadera basada en las mentiras, que hasta ahorita nadie sabe pero es un homenaje escrito con poesía a una telenovela peruana que fue el súper éxito en México, Simplemente María, que yo veía con mi nana, religiosamente, todos los días. Luego escribí sobre el robo de niñas en Guerrero, donde quería hablar de lo miserable pero con encantamiento, con pasión, poniendo belleza incluso en lo más feo. El nuevo libro explora las decisiones que he tomado y por qué.
Tu vida ha estado muy vinculada con la defensa de la libertad de expresión.
Mis padres eran personas muy complejas, muy difíciles, pero definitivamente muy comprometidas. Mi papá trabajó en el movimiento civil a favor de los derechos de las personas afrodescendientes en Estados Unidos. Tanto, que lo invitaron al baile del presidente Kennedy cuando vino a México. De hecho, lo recibieron mis padres. Entonces, aquí siguió trabajando con un grupo de estadunidenses comunistas que habían huido de Estados Unidos, de la segunda ola roja, cuando todos los comunistas estadunidenses eran perseguidos por el gobierno. En mi libro encontrarán este mundo de estadunidenses en México, de la que Carlos Fuentes escribió, esta comunidad en la que estaba mi papá, donde mandaban fondos a las marchas en defensa de los afroamericanos en Estados Unidos. Mis padres siempre estaban comprometidos con causas sociales y nos crearon a mí y a mis hermanos el compromiso de tener una postura y actuar por ello.
Como presidenta de PEN International, asociación internacional que defiende la libertad de expresión y los derechos de escritores perseguidos en todo el mundo, has hecho historia.
Soy la primera y única mujer que ha sido presidente de PEN en sus más de cien años de historia, y eso lo tomé muy en serio. En mis seis años de presidencia me dediqué muchísimo a cuestiones vinculadas con las mujeres. Hicimos el Manifiesto de la mujer, que se volvió un documento muy importante que tomó Naciones Unidas como el corazón de su trabajo sobre género. También la UNESCO y otras organizaciones. Luego hicimos mucha investigación sobre lo que pasaba con la mujer, sobre el inglés y sus códigos en la literatura. Aunque ya hay paridad en los premios hoy en día, entendimos que en 98% de los libros escritos por mujeres que ganaron premios, el protagonista era un hombre. Entonces, tenemos aún mucho por hacer, porque lo que nos dice este dato es que la historia del hombre es todavía más importante que la historia de la mujer.
Jennifer Clement recomienda libros poéticos y necesarios
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En toda esta experiencia de escribir La fiesta prometida y estudiar esa época, me enfoqué en el papel de la mujer escritora y empecé a estudiar los festivales, las conferencias, muchas cosas grabadas que se pueden ver en YouTube, y me di cuenta de que casi no hay mujeres. Rosario Castellanos era una gran escritora que en aquella época abrió el mundo de una manera que ningún hombre lo hizo.
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Al igual que a Rosario Castellanos, es muy importante rescatar, estudiar y leer a Elena Garro. Es básico regresar a sus libros.
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El libro que estoy leyendo ahorita y que definitivamente tendría que recomendar, porque es un libro fantástico que acaba de salir a la venta, es Biografía de la verdad, del filósofo Guillermo Hurtado. Es absolutamente fascinante.
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Les recomiendo la obra en general de Luis Miguel Aguilar. Siempre recurro a sus libros porque me parece un gran poeta.
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El libro más reciente de Andrés Neuman sobre la paternidad, Pequeño hablante, habla sobre su experiencia de ser padre. Es muy interesante y ofrece un panorama nuevo al respecto.