Jorge F. Hernández y los libros que te confrontan
En su más reciente novela, el escritor mexicano disecciona el escepticismo globalizado a través de un personaje obsesionado con desenmascarar la verdad.

Jorge F. Hernández no solo es un narrador con una voz única, sino también un testigo lúcido de las contradicciones contemporáneas, que plasma en su novela más reciente, Alicia nunca miente. En entrevista habla al respecto y recomienda libros que te confrontan.
Videoentrevista con Jorge F. Hernández

La mentira en tiempos de la posverdad
En Alicia nunca miente, el escritor, académico e historiador Jorge F. Hernández construye una sátira descarnada sobre la posverdad a través de Adalberto Pérez, un antihéroe que desconfía hasta de su sombra. La novela, sin embargo, es también una oda a quienes, como la arqueóloga Alicia, "profesan la verdad aunque duela".
Jorge, ¿de qué trata tu nueva novela, Alicia nunca miente?
Alicia nunca miente es una novela de gran actualidad porque pertenecemos a un mundo donde dudas de todo. Adalberto Pérez es un güey que se cree periodista, pero estudió en una agencia patito que ya ni existe. Su acta de nacimiento es chueca, su fe de bautismo es non santa y de pronto, como muchos mexicanos, empieza a dudar de todo. De la comida, de los sabores artificiales, de la ropa, de las noticias que escuchamos diario. Entonces eso se vuelve una enfermedad. La solución para ese problema fue que llegó alguien que profesa la verdad: Alicia, quien nunca miente porque es arqueóloga, cree en las piedras y no tiene por qué mentir. Eso le demuestra que hay cosas que mejor no deberías andar preguntando.
¿Cómo comenzaste a procesar el tema de la mentira?
Hace algunos años, por la vida que llevaba en España. Me daba cuenta que también en Europa, no solo en México, pueden pasar un video de cuatro segundos de un gol de archivo y decir que fue anotado hoy. Si te quejaras ante la televisora: "Eso es una mentira", te dirían: "No, ya es una verdad." Porque durante cuatro segundos los que vieron eso ya creen que fue el gol. O peor, el footage de una desgracia en Afganistán: si no tienen video, ponen una escena de Tampico. Mientras no se vea que es México, durante dos segundos convences a alguien. Ahí empezó mi cosquillita, algo que siempre me ha preocupado y ocupado. Los que escribimos tendemos a recibir comentarios de que todo lo que hacemos son mentiras. Pero hay una gran diferencia entre mentir y hacer ficción. Lo supo Cervantes, lo supo Juan Rulfo.
Así empecé a cocinar el personaje. Tenía cosas en el archivo que quería sacar: un homenaje a Juan Rulfo, otro a la mujer como Alicia, y a dos tíos míos: Carlos Anaya, un mentiroso, y José Hernán Soja, un mitómano (hay diferencia). Mi tío Carlos decía mentiras absurdas. La mitomanía tiene literatura. Lo que pongo en la novela es verídico: el tío Pepe conocía París como la palma de su mano sin haber ido, sin Wikipedia ni GPS.
¿Es una novela autobiográfica? ¿"Miente quien afirme que son falsas mis verdades"?
"Miente quien afirme que son falsas mis verdades" se volvió un mantra. Tengo mis libretas, muchas parecidas a las del personaje. Ahí hago dibujitos (Adalberto no dibuja) y anoto patrañas, engaños, no tan obsesivamente como él. Él es capaz de caminar a Querétaro para ver si el kilometraje está bien marcado. ¿Qué sentido tiene? Ninguno. La frase se volvió mantra porque es enredada. Con eso empieza la novela y se mantiene como la gasolina de su escepticismo. No solo un loco dice ese tipo de frase.
¿Cómo es la vida amorosa de Adalberto, el protagonista?
La primera parte es divertida: un güey que invita a salir a una chava y pregunta: "¿Eres rubia natural?" "No, me pinto el pelo, uso pupilentes y estoy operada." Para él eso es mentira. Ya no puede convivir con parejas. Tiene unas parejas muy raras: una fue Miss Nayarit, descalificada por la edad (no digo si muy joven o anciana); otra con la que todo el romance y quiebre es en términos petroleros ("ya no destilamos como antes", dice). Por eso es tan importante cuando conoce a Alicia.
Él creía, como muchos mexicanos, que México es la capital de las mentiras. No es cierto, es mundial. A él le toca confirmarlo en España. Lo de España fue mi despedida de Madrid. Sabía que se me acababa el tiempo en la península. Ahora estoy de regreso en México, contento con el desenvolvimiento amoroso de la novela. Es una historia de amor en el fondo, donde cuajan una unión a partir de la verdad que establecen, que empieza en la cama. Es clave para entender la pasada década.
¿De qué manera viviste tu estancia en España en relación con la mentira?
Me fui a España porque soy colaborador de un periódico y me ofrecieron contrato en la redacción de El País. Ejercía la persecución de verdades, pero como historiador me preocupan más los hechos. Luego acepté un puesto en embajada, sabiendo que había mucha simulación. Para empezar, ejercer un puesto sin presupuesto (hasta rima). Eso está mal. Vino una cascada de mentiras para cancelarme con acusaciones absurdas que cayeron por su peso. No soy misógino, no dije lo que dijeron. En el desempleo surgió el milagro de rescatar la librería más antigua de Madrid. Ahí se ve quién lee y compra de verdad, y las mentiras de autores que dicen haber escrito libros que no escribieron. En las tertulias de Pérgamo se destilaba verdad colectiva basada en el amor por leer. Al final gané: se lee por placer y que se callen los mentirosos.
La cultura en México
Ganador el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda y finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés, Jorge F. Hernández ha escrito libros de ensayo, novela, cuentos, crónicas e investigaciones.
¿Cómo es la estructura de la novela?
La novela tiene sentido y propósito. No quería aburrir, así que quité paja. La estructura es breve para dar un buen mazazo. Alfaguara respetó la tipografía: los informes sobre los tíos están con letra de máquina de escribir, para que creas que son verídicos. La estructura bipolar que tiene la primera parte es divertida. La segunda parte cambia de tono, ya no es tan divertida, es concisa, breve. Ojalá se lea.
¿Cómo ves la mentira en estos tiempos de los filtros, los plagios y las fake news?
Me restringí: a la novela le hubiera venido bien tocar los plagios de tesis que en México escandalosamente parecen permitidos. Me duele que haya una generación que pregunte: "¿Viste el nuevo video de Paul McCartney con John Lennon?" Y ves a John con canas. Es doloroso decirles: "Perdón, pero a John lo mataron en 1980". A mí me partió el alma, eso me cambió la vida, no me jodas, eso es falso.
Me intriga qué pasará con los guiones generados por IA, donde el escritor quedará supeditado a algoritmos. Tengo morbo: la tecnología podría hacer volver a Humphrey Bogart o María Félix, pero hay que aclarar que son falsedades. Si lo llevamos al retablo de las maravillas (que inventó Cervantes), la tecnología solo lo acelera. Ojalá también sirviera para desaparecer demonios, como decir que Trump es holograma y borrarlo.
¿Cómo fue, con todo el bagaje literario que tienes, escribir "Alicia nunca miente"?
Vocacionalmente me siento escritor, pero estudié historia. Fui discípulo de Luis González y González, el mejor historiador de México. En Historia existe la verificación: si no hay un documento de que Hidalgo derramó una lágrima en Puente Calderón, no puedes escribirlo. En novela puedes poner que era tatarabuelo del Loco Valdés, por el peinado, y nadie lo niega. Esta novela es la acumulación consciente de mis territorios publicados. He sido agraciado: es mi sexta novela, tengo cinco de cuentos y cuentínimos (otra enfermedad que contraje). De historia he publicado poco, pero ahora corrijo lo que sería mi tesis doctoral (decidí no ser doctor, prefiero ser enfermero). Se convertirá en libro.
¿Qué planes tienes en tu regreso a México?
Estoy terminando una novela sobre mi prepa (homenaje a José Emilio Pacheco y Las batallas en el desierto), pero luego caí en cuenta: no conocí a ningún Ulises. "Ah, invéntalo", y me enganché con otra novela que será un novelón: un tipo fuera de sí (como muchos de mis personajes) que vive en Santa María la Ribera. También la biografía de Luis González y González para su centenario. Su vida fue maravillosa. En eso me ocupo, y en echar de menos (como dicen en España) mi vida en Madrid y extrañar a mis hijos, las dos mejores personas que conozco.
¿Cuál es tu visión del mundo cultural en México?
Al regresar a México tras diez años, noté que está invadido por motos (no solo repartidores, también móviles para el crimen). Pero lo más doloroso es el país polarizado: amigos con quienes tenía tertulia ecuménica ahora dicen: "Con ese güey no hablo." Algunos me declararon traidor a la patria por lo de la embajada. Yo no he traicionado a nadie.
Hay prisa incómoda que choca con falta de presupuesto, echando a perder ferias y congresos (excepto la FIL, que funciona como reloj). Muchos eventos en ciudades se van de las manos si no se organizan bien. Vengo de la Feria de Mérida. Algo que funciona bien te hace ver que en otros lugares, aunque sea tu origen, como me pasó en Guanajuato, te tratan como foráneo. Prometen habitaciones que no hay, presentar libros sin ejemplares, pagar después. No fui el único. Si quieres organizar algo, hay que echarle ganas. Pasa en todo el mundo, pero duele que pase más en México. Al final, esta situación afecta más a lectores que a autores.
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Actualmente estoy releyendo Hacia la estación de Finlandia, de Edmund Wilson, una obra que me formó como historiador. Ahora, con canas, comprendo que yo soy otro, pero ese libro sigue siendo una joya. Acaba de reeditarse en español y sigue siendo un texto obligatorio.
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Desde hace 38 años leo El Quijote cada año. Miguel de Cervantes es un autor que admiro profundamente. Lo primero que subrayé cuando era joven y virgen difiere completamente de lo que subrayo ahora, viejo y cascado. Recomiendo siempre su lectura.
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Releo cuentos de Hemingway para mis talleres literarios, donde combino autores dispares: Adolfo Bioy Casares con Ernest Hemingway o Borges con Ibargüengoitia. Precisamente de Ibargüengoitia desarrollé la teoría cuevanense del cuento: en mi familia guanajuatense, el cuento es mezcla de chisme y chiste. Si no sabes contarlo, mal por ti.
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Acabo de leer 60 años de soledad, una investigación narrativamente válida sobre la figura olvidada de la emperatriz Carlota. Fue la primera mujer que gobernó México, y su historia contrasta con la actualidad. Vivió para ver Tiempos modernos, de Chaplin, la luz eléctrica y los automóviles, tras haber reinado en un país donde se come zapote prieto y el mamey es color mamey.