María Fernanda Ampuero recomienda libros viscerales y reveladores
Memoria y crudeza social: la escritora ecuatoriana revela los secretos de "Visceral", su libro más reciente.

Con la misma honestidad brutal que caracterizó Pelea de gallos y Sacrificios humanos, pero en clave de no ficción, María Fernanda Ampuero escribió Visceral, un libro que funciona como manifiesto íntimo y político, donde la escritura se convierte en un acto de resistencia y de abrazo entre congéneres. Aquí nos habla al respecto y recomienda libros viscerales y reveladores.
Videoentrevista con María Fernanda Ampuero

"No me interesa complacerte"
María Fernanda Ampuero no tiene concesiones: Visceral, su libro más reciente, publicado por Páginas de Espuma, no solo confronta a quien lo lee con los horrores de la realidad, sino que exige una mirada sin concesiones sobre cómo se ha tratado a las mujeres en el mundo y sobre su propia experiencia habitando un cuerpo femenino. Se trata de un texto tremendo, doloroso y necesario, que confirma a Ampuero como una de las voces más audaces de la literatura contemporánea.
En entrevista con Librotea, la escritora ecuatoriana recuerda los momentos más duros de su escritura, marcada por la crudeza de la pandemia en Guayaquil, donde la muerte se está convirtiendo un acto cotidiano. Además, nos comparte su fascinación por el género del terror.
María Fernanda, en tus propias palabras, ¿de qué va Visceral?
Visceral es un libro que narra las formas de destruir a una mujer desde la niñez hasta la adultez e incluso hasta la vejez.
También es la historia de una mujer que no tiene hijos, que no está casada ni tiene pareja, y que depende únicamente de sí misma. Es aterradora esa perspectiva: haber sido artista siempre, haber sido escritora, sin seguridad social, sin un seguro de jubilación, etcétera. Es decir, también entra en juego el futuro y el pasado, con todas esas explicaciones que le dan a las niñas sobre cómo ser una niña que nos destruyen poco a poco. Destruyen todo lo que soñábamos hacer, todas las ambiciones que teníamos de pequeñas. Lo maravilloso que éramos de niñas se intercambia por inseguridad, por ganas de ser cualquier otra persona menos tú, con la idea de que el mundo no es tuyo, sino de los hombres. Y esa es una verdad incontestable.
Yo lo he ido pensando durante todos estos años. La menopausia, he de decirlo, tiene muchas cosas complicadas, pero para mí también tiene una muy valiosa: el poder decir "esta soy yo, y al que le guste, bien, y al que no, también. No me interesa complacerte. No soy una muchacha complaciente; soy una señora menopáusica. ¡Déjame en paz!". Ese es el superpoder de la menopausia: no dar rodeos, omitir introducciones, no marearnos. Eso me encanta.
¿Cómo fue la vivencia desde lo visceral al escribir este libro?
Creo que este libro surge, en parte, desde esa rabia de mi edad, de cómo yo protegería a mis "yoes" de la infancia, de la adolescencia, de la juventud y hasta de hace pocos años.
Son textos que fui trabajando a lo largo del tiempo con mis obsesiones: el maltrato familiar, el acoso o abuso sexual en la infancia y también en la adultez, las diversidades, los márgenes, la salud mental, el hecho de ser extranjera en un país que además fue el que nos colonizó —eso es muy importante para mí—, mis miedos, mis duelos... ese duelo que no tiene nombre, el de las mujeres que sí quisimos ser madres y no pudimos serlo. Es una de las partes más dolorosas, al menos para mí, del libro.
También está esa idea de nunca ser suficiente: nunca suficientemente delgada, suficientemente blanca, suficientemente guapa, suficientemente deseable. Quisiera pensar que nuestros padres lo hacen por nuestro bien, pero lo que logran es convertirnos en un champú de inseguridades, en una criatura temerosa que está todo el tiempo pensando que su vida no es valiosa porque no ha alcanzado esos cánones que quién sabe quién se inventó.
Veo fotos de mi infancia, de mi juventud, y quisiera decirle tantas cosas a esta personita, a esta mujer, quisiera abrazarla, robarla y criarla de otra manera. A veces quisiera escribirle una carta y decirle muchas cosas, porque yo veo las fotos y supongo que le pasa a mucha gente que nos lee: esa personita se detestaba, y el hecho de que tú te detestes no por una característica desagradable de tu personalidad, porque en realidad eres bellísima y empática, sino porque tu cuerpo que te sostiene, que te mueve, que abraza, que te lleva lejos, está mal porque tienes 10 libras más de lo que alguien decidió que tenías que tener o tienes el pelo rizado y alguien dijo que tenía que ser de otra manera. Es de una crueldad insoportable. Es maltrato infantil y a la gente le parece normal comentar el cuerpo de las niñas, de los niños; decirle a las adolescentes que han engordado o adelgazado y no está bien.
Están disminuyendo tu valor, hasta que tú te lo crees y entonces aceptas cualquier migaja, cualquier maltrato, cualquier tipo de vejación, ofensas verbales, físicas, golpes, te sirven en bandeja para el maltrato, cuando lo que deberían decir es "eres increíble, solo va a haber una tú en toda la historia de la humanidad. No va a haber otra María Fernanda Ampuero nunca más. Eso es muy bestia, es muy fuerte. ¡Puedes ser lo que quieras, no solo la esposa de alguien que es bonita! A mí me ensañaron que ese era el ideal. Así que Visceral es un abrazo a esa niña y esa adolescente.
¿Qué papel ha tenido el género del terror en tu escritura y en tu vida?
Todo, en verdad todo. Yo crecí en los ochentas y noventas, un momento en el que el terror se volvió mainstream, porque se dieron cuenta de que muchos adolescentes querían ver terror. También fue la democratización del cine: empezaron a abrir salas con palomitas y esa influencia gringa que antes no era tan accesible. Al menos no en mi ciudad, Guayaquil, que es grande para el tamaño del país pero más comercial que cultural. Los que llenaban los cines eran Freddy, Jason, Halloween, La mosca, Alien, Gremlins, Cazafantasmas...
Era una época en la que el cine para jóvenes era bastante terrorífico. No sé cómo es ahora, pero nosotros íbamos obsesivamente al cine. Ese primer Batman maravilloso con el Joker de Jack Nicholson y películas que quizá no catalogarías como terror pero que lo rozaban: los gremlins cuando se transformaban, los cazafantasma con sus apariciones, y luego la locura de descubrir a Cronenberg: La mosca y su body horror, esa metamorfosis brutal.
La ciencia ficción también fue clave en mi crecimiento: Kubrick con 2001. Odisea del espacio, las adaptaciones de Stephen King como El resplandor, Carrie, It, o Entrevista con el vampiro. No sería quien soy sin esas películas de cosas aterradoras, con personajes marginales como héroes.
Yo no me sentía protagonista de las comedias románticas con Tom Hanks, Meg Ryan, Julia Roberts; me veía en el cine de ciencia ficción o terror. ¿Por qué? Porque sus personajes eran más marginales, más cercanos a mí. La final girl, esa chica fea, la que menos ligaba, la más inocente, era la que mataba al villano, como en Halloween o Pesadilla en la calle Elm. Y luego estaba Alien, claro, con Ripley como arquetipo. También Mad Max con Tina Turner, alguien que no encajaba en los cánones de belleza que me enseñaron, o Sarah Connor en Terminator, una mujer con fuerza física. Y la Mujer Maravilla, el personaje que yo quería encarnar: una amazona. Vengo de un país amazónico, y ellas eran fuertes, valientes y vivían sin hombres. El terror me enseñó que no necesitaba a un hombre para ganar.
Stephen King dice que todos los outsiders —como las personas gays y las impopulares— fueron quienes escribieron esas historias que luego se hicieron películas. Bradbury, Anne Rice... yo estudié literatura y era casi vergonzoso leer Entrevista con el vampiro en ese entonces, pero sus libros eran increíbles; los devorabas. Para mí, el terror es... bueno, el sueño más lindo de mi vida es estar en la sección de terror de una librería.
De literatura latinoamericana y la realidad de Ecuador
La prosa de María Fernanda Ampuero es descarnada y directa. Explora las violencias cotidianas, especialmente aquellas que afectan a las mujeres y a los sectores más vulnerables. Aunque su obra duele, también libera, pues al nombrar las violencias las hace visibles. Como ella misma ha sugerido, no le interesa llevar la fiesta en paz, sino desentrañar las contradicciones y miserias humanas, siempre con una mirada aguda y una pluma que no concede tregua.
¿Cuál es tu visión de la literatura latinoamericana actual?
Estoy muy contenta de pertenecer a esta generación de escritores y escritoras latinoamericanas. Primero, porque escriben exactamente lo que yo quiero leer, y eso me ilusiona muchísimo. Soy lectora antes que nada, y cuando sé que Mariana Enríquez, Samantha Schweblin, Liliana Colanzi o Mónica Ojeda van a publicar un libro, me emociona, porque sé que voy a leer lo que me gusta. No solo porque las conozca, sino porque escriben las historias que disfruto.
Esto no me ocurría en mi juventud. Claro que leía con mucho amor obras como Como agua para chocolate o los libros de Carmen Boullosa, que son literatura fundamental y necesaria, pero a mí me gusta el terror y la ciencia ficción. De repente aparecieron estas increíbles escritoras creando precisamente lo que me apasiona.
Creo que estamos sacando a la luz, a través de la literatura, nuestras heridas personales y colectivas. Pero además es una literatura que, si no quieres profundizar en esos temas, no estás obligado. Puedes leer a Mariana Enríquez escribiendo sobre huesos sin pensar en los desaparecidos o disfrutar a Mónica Ojeda sin reflexionar sobre la violencia intrafamiliar o el abuso sexual. Es como lo que decía Stephen King: puedes leer Carrie como la historia de una chica con poderes que destruye su instituto o como el relato de una víctima de bullying durante años. Esa dualidad es fascinante.
No son solo mujeres, aunque personalmente prefiero leer autoras. Luciano Lamberti, por ejemplo, escribe un terror increíble vinculado a la dictadura argentina, a esa herida abierta de los desaparecidos, las torturas y el robo de niños. Bernardo Esquinca también crea un terror que me fascina.
Siento que hay un vínculo entre muchas escritoras de diferentes países que están haciendo un terror que consiste en subirle el volumen a lo cotidiano: maltrato doméstico, violencia de género, feminicidios, víctimas de trata. ¿Qué es una casa embrujada? Es un lugar donde ya no te sientes segura. ¿Y qué mejor ejemplo de inseguridad que vivir el maltrato doméstico? Es la casa embrujada por excelencia, sin escapatoria posible.
Me encanta ser parte de esta generación y poder sacar a la luz todos los traumas que compartimos como continente, como sociedad y como mujeres. Esto es algo que valoro profundamente.
¿Cómo es la vida en Ecuador actualmente, como país cruzado por la violencia?
Lo que pasa con Ecuador es que era un lugar un poco aburrido. Como toda Latinoamérica tenía su delincuencia que te robaba tu coche o la ropa tendida, no voy a pintarlo como un paraíso. No tuvimos gobiernos dictatoriales que desaparecieran gente (fueron elegidos democráticamente, no sé qué es peor), aunque sí hubo traumas colectivos. Sin embargo, lo que ocurre ahora es inédito y nos está quitando esa inocencia que, supongo, perdieron antes Colombia y México: esa sensación de que puedes morir en cualquier momento por un ajuste de cuentas entre narcos.
Mi barrio, donde crecí y donde aún vive mi mamá, está junto al puerto, lo que lo hace deseable para quienes trafican: es el punto de llegada de cargamentos. Es un barrio donde ahora tenemos esa costumbre de reírnos hasta de lo más terrible. Mi mamá me dice: "En este barrio todos los días es fin de año", porque cuando los narcos logran meter o sacar un cargamento, o liberar a alguien bajo juicio, lanzan pirotecnia. Así que cada día hay fuegos artificiales, pero no es bonito, es aterrador.
No teníamos esto antes. Era un país con ciudades más o menos inseguras, pero donde podías salir a comer. Ahora, cuando voy, quedo con mis amigas solo en lugares cerrados: restaurantes dentro de centros comerciales donde te revisan como en aeropuertos, buscando armas. Solo puedes reunirte ahí. Y es un lugar tropical, hermoso, pero debes estar encerrada. Mi mamá vive encerrada, ya no tiene coche porque no puede dejarlo en la calle. Apareció un decapitado en el parque donde jugábamos de niños.
Tenemos un gobierno de derecha que no hace nada para detenerlo. Y lo que más me duele es que vivo en España, donde en las fiestas hay montones de cocaína. Es inevitable. Y piensas: ¿cuánta gente ha muerto por esto? ¿Cuánto miedo de mi madre hay en cada gramo de esa cocaína? ¿Cuántos años de su vida? ¿Cuántos paseos que podría dar en el parque están en lo que te vas a meter en la nariz? Y luego pretendes ser una persona preocupada por otros países, un white savior compadeciéndose de Latinoamérica o África, mientras consumes cada fin de semana cantidades ingentes de cocaína que causan tantas muertes. No solo muertes literales, sino gente como mi mamá, que no sale de casa por miedo a morir.
Me da algo de vergüenza decirlo en México, donde la violencia supera cualquier nivel, pero esto está empezando en Ecuador. Está haciendo que la gente quiera irse, cambiando dinámicas sociales y destruyendo nuestra idea de paz, de ser dueños de nuestro país. Lo más horroroso es que quizá el país ahora sea de los narcos. Así la desgracia.
María Fernanda Ampuero recomienda libros viscerales y reveladores
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Antes que nada, quiero recomendar a Elaine Vilar Madruga, una escritora joven cubana extraordinaria. Me impactó profundamente La tiranía de las moscas, un libro donde, de manera muy simbólica logra hablar de la dictadura sin mencionarla directamente. Luego leí El cielo de la selva y pensé: dentro de treinta años, cuando se hable de literatura cubana, no mencionarán a Lezama Lima sino a Elaine. Probablemente es la mejor de todas, y es muy joven. Cada novela que publica es más impactante que la anterior, cada cuento que leo es perfecto. Esta chica está tocada por el don de la maravilla, la brillantez, el terror y esa forma extraordinaria de escribir que tienen los cubanos.
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Soy gran admiradora de Mariana Enríquez. Recomiendo todos sus libros, pero especialmente sus primeros libros de cuentos, que fueron una revelación para mí. No podía creer que alguien escribiera algo tan fascinante.
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Recientemente salió La máquina de hacer pájaros, de Natalia García Freire, un libro de cuentos precioso. Tiene una sutileza poética, un halo de peligro no evidente que te mantiene en un estado entre la angustia y la maravilla ante su forma de escribir. Hay dulzura, pero también peligro; amor por la naturaleza y los animales, con un enfoque ecológico y sobre los desplazados. Es difícil describir la belleza de su escritura, pero cuando la lean sabrán a lo que me refiero. Vale muchísimo la pena.
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Leí el último libro de Samantha Schweblin, El buen mal, que esperaba desde hace tiempo. Soy gran fan de sus cuentos y este no me decepcionó. Como lectora, me encanta cuando encuentro escritores que crean exactamente lo que me gusta leer, me genera esa ilusión de fan.
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Leí La vegetariana, por el Nobel, y a diferencia de muchos libros sobrevalorados, este sí me encantó. Me gustó mucho su sutileza para abordar la violencia doméstica, la violencia de la familia política y cómo tachan de locas a las mujeres que se salen de la norma.