Paulette Jonguitud recomienda libros de horror intimista
La autora de la novela "El mundo desplazado" nos habla de su historia de horror, vinculada con las desapariciones, la creación artística y la Ciudad de México.

En El mundo desplazado, la escritora mexicana explora la vida de cuatro mujeres de distintas generaciones, unidas por su relación con el arte y su vinculación con una casa en el sur de la Ciudad de México. La novela, que aborda temas como la ausencia, el miedo, las desapariciones de mujeres, la ansiedad y el peso de la herencia emocional, muestra a la casa como un personaje más en donde el horror se abre paso. Aquí, Paulette Jonguitud nos habla al respecto y nos recomienda libros de horror intimista.
Videoentrevista con Paulette Jonguitud

Mujeres y creación artística
Cuatro mujeres de diferentes edades que viven en el sur de la Ciudad de México, cada una con un interés artístico distinto y una pérdida cargando a cuestas, llevan a quien lea El mundo desplazado a un espacio en donde la ansiedad, la nostalgia y la duda crean un ambiente que es sutil pero espeluznante, en donde la realidad se mezcla con la imaginación y los fantasmas del pasado. Paulette Jonguitud nos habla al respecto.
¿Cuál es la trama de tu novela El mundo desplazado?
Estas cuatro mujeres son las protagonistas de la historia. Inés, de 10 años, comienza a explorar el graffiti en su casa y luego lo lleva a su barrio. Su madre, Agustina, es escritora y sufre un trastorno de ansiedad no diagnosticado. Después de una depresión posparto, su relación con sus hijos se ve afectada por su trastorno mental, y eso representa uno de los primeros conflictos de la historia.
La novela arranca con su viaje hacia la casa familiar, donde vivirán de ahora en adelante. Ahí reside una figura que podríamos llamar el "monstruo de la abuela" o el "monstruo de la madre de Agustina", llamada Paula, quien es una figura monstruosa que habita este espacio. Inés tendrá que averiguar por qué está ahí, si es su destino o su salvación.
La tercera voz es Miranda, una escultora que también trabaja en el sur de la Ciudad de México y comienza a colocar máquinas misteriosas en terrenos baldíos. Escoge lugares donde fue vista por última vez alguna mujer que luego desapareció, como un modo de marcar esas ausencias. Inés encontrará estas máquinas y comenzará a relacionarse artísticamente con ellas, tratando de resolver la ausencia de su propia madre.
¿Por qué nació tu interés por hablar de diversos momentos en la vida de las mujeres?
La idea surgió porque trabajo con mujeres jóvenes y artistas a quienes doy clases de escritura creativa. Noté que a veces nos hacía falta una conversación intergeneracional, así que me interesó crear un diálogo entre generaciones. Quería que, aunque no hablasen directamente, interactuaran a través de sus obras.
Así, Inés encuentra las máquinas que construye Miranda e interviene en ellas con su graffiti. Sin embargo, no se conocen personalmente; cada una es un misterio para la otra. Este fenómeno, creo, ocurre frecuentemente en las generaciones de artistas, quienes se conocen más a través de sus obras que en persona, y eso enriquece nuestro trabajo. En mi caso, por ejemplo, aprendo de lo que escribieron quienes me precedieron y de lo que están creando quienes vienen después. Ninguna es enteramente pura y original; estamos construyendo una obra colectiva.
¿Cómo integras en tu narrativa a la creación artística en vinculación con las desapariciones de mujeres?
Me interesaba que las protagonistas fueran artistas plásticas, para que dejaran un registro físico de su obra. Inés, por ejemplo, comienza explorando su barrio y su casa, marcando sus iniciales en los espacios por los que transita, como una especie de hechizo o mecanismo de protección. Al poner su inicial, se apropia del lugar y lo transforma en un espacio seguro.
Por otro lado, Miranda, quien está en el extremo opuesto en cuanto a edad, me permitió explorar el tema de los monumentos. Pensé en cómo suelen ser eminentemente masculinos, tanto en su diseño como en la mirada masculina que los observa. Así, Miranda trata de construir monumentos a las ausencias de mujeres que ya no están. En un momento se pregunta si debería representar esas ausencias con figuras femeninas, y se responde que también serían violentadas. Incluso si fuera una caja de cartón con forma femenina, correría peligro. Entonces crea máquinas que no parecen tener utilidad alguna ni género.
Monstruas y espacios del horror
En El mundo desplazado, la casa es un personaje más. Paulette comparte que se imaginó la vivienda de la calle de Cubilete como la de Beloved, de Toni Morrison: una casa resentida y malévola. "Quise ubicar a estas mujeres en un lugar de ese tipo, que está observando a sus habitantes, siendo casi un personaje que interviene activamente en la historia. La casa es femenina y ha estado mucho tiempo vacía, lo que la hace volverse más loca y peligrosa. El número 189 que le asigné hace referencia a la página en el Manual de Trastornos Mentales y Psicológicos de la Asociación Norteamericana de Psiquiatría, donde se detalla el trastorno de ansiedad, algo central en la historia.
¿Qué simbolizan las esculturas de Miranda, que se integran a la narrativa como formas vivas?
Tenemos a la autómata, una mujer robot que se dedica exclusivamente a las labores de crianza. Cuida a los niños que están solos en la casa de Cubilete 189, les prepara quesadillas, los pone a dormir. La idea surgió de mi propia experiencia: las mujeres que estamos a cargo de una familia no tenemos espacio para colapsos nerviosos o trastornos mentales. Después del nacimiento de mi segundo hijo, tuve una depresión posparto y sentí que me convertí en una máquina que hacía lo que debía hacer, pero estando ausente emocionalmente. De ahí que Agustina esté deprimida y su hija sienta que se ha ido, aunque esté físicamente presente.
¿Cómo abordas la Ciudad de México en tu historia?
Tengo una relación de amor y odio con este lugar. Durante mucho tiempo la odié, pero cuando nacieron mis hijos decidí mostrarles que es un buen lugar para vivir. Fue un esfuerzo personal para aprender a quererla también. En este proceso, empecé a verla como un espacio literario, lleno de rincones monstruosos y mágicos, un lugar que tiene algo de mí. Recorrí lugares significativos, como donde choqué mi primer auto o me peleé con mi primer novio, para luego convertir esos espacios en algo más inquietante y prestárselos al universo del libro.
¿Cómo es que exploras el horror intimista en tu novela?
Al escribir sobre horror, me interesa contener el miedo en un libro. Tengo ansiedad y, al leer terror o fantasía oscura, siento que los miedos quedan dentro de las páginas al cerrar el libro. La ansiedad generalizada se presta mucho para explorar el horror, el miedo y el asedio constante. Esto me permitió imaginar un monstruo femenino, un ser que tiene hijos y nietos. ¿Podría esa monstruosidad ser heredada? ¿Qué pasaría si una niña descubre que su abuela es un monstruo? Es su destino o su condena.
Quería escribir sobre nuestros miedos, sobre su asedio permanente, para determinar hasta qué punto el miedo que yo me invento invade mi vida y si puede contagiarse, porque la ansiedad es un trastorno muy privado que, a la vez, impacta a las otras personas. Me interesaba generar un monstruo femenino, como el monstruo de Frankenstein o el Melmoth de Sarah Perry. Después pensé que, si tenía hijos y nietos, podría heredarles la monstruosidad.
Así exploré este universo oscuro en el sur de la Ciudad de México, con espacios como los Viveros, Miguel Ángel de Quevedo y lugares cerca de la Cineteca Nacional. La casa es, además, un espacio de horror muy íntimo, muy privado, pero que igual te pone los pelos de punta.
Paulette Jongitud recomienda libros de horror intimista
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