Zunzunegui recomienda libros históricos y transgresores
El historiador y escritor reflexiona sobre su libro "Revolución de la libertad", además de explicar cómo logra comunicar sus ideas en tiempos digitales.

El autor de Revolución de la libertad, conocido por su crítica mordaz a los dogmas políticos, propone aquí la manera en que operan los sistemas de control, ya sean estatales, corporativos o culturales. En esta entrevista, Juan Miguel Zunzunegui desgrana las claves de su obra: desde la distopía tecnológica hasta la ética de la desobediencia, y recomienda libros históricos y transgresores.
Videoentrevista por Juan Miguel Zunzunegui

Desmontando dogmas
En Revolución de la libertad, Juan Miguel Zuzunegui desentraña los mitos, las contradicciones y las consecuencias del comunismo, no solo como ideología, sino como fuerza transformadora —y destructora— de sociedades enteras. Desde sus raíces teóricas hasta su implementación en regímenes autoritarios, este libro ofrece una mirada crítica sobre cómo el sueño de la igualdad absoluta derivó, con frecuencia, en tiranía y miseria. En esta entrevista, el autor nos guía por las páginas de su obra, desmontando dogmas y revelando las lecciones que esta historia deja para el presente.
¿De qué va Revolución de la libertad?
Como todos mis libros, trata de historia, pero con una trampa: uso la historia como pretexto y como gancho, y al final termino hablando también de filosofía, religión, espiritualidad, psicología y un poco de todo. Me interesa llevar la reflexión histórica a un plano personal, porque si no es útil para entendernos, la historia no sirve para nada.
El libro abarca un periodo clave que conocemos como el mundo moderno, fundamental para comprender el caos en el que vivimos hoy. Me centro en los 200 años que van de 1789 a 1989, de la Revolución Francesa a la caída del Muro de Berlín. Son los siglos en los que simbólicamente —porque en la práctica no cayó del todo— desaparece la monarquía y, sobre todo, la idea del derecho divino, esa noción de que Dios legitimaba el poder y nombraba a los reyes.
Con el colapso de ese sistema monárquico, Europa entró en una serie de guerras civiles para decidir quién tomaba el poder, y luego comenzó una lucha por crear nuevas narrativas que justificaran la autoridad. La democracia fue una de esas propuestas, pero no la única.
A veces nos enseñan tan mal la historia que creemos que con la Revolución Francesa simplemente se le cortó la cabeza al rey y se empezó a votar. Pero no: eso tomó casi un siglo. La democracia implica mucho más que votar; parte de la idea de que el poder es de todos, que todos somos libres y tenemos derechos. Y como todos somos libres, debemos respetarnos mutuamente.
Esa es la propuesta más difícil de todas, porque en realidad no nos gusta la libertad. Nos gusta que nos respeten, que nos toleren, que aguanten nuestras ideas… pero no toleramos las de los demás. Siempre pensamos que los otros están equivocados, incluso que son unos idiotas. Como decía Voltaire, la libertad depende de un respeto absoluto.
¿Cuál ha sido el sistema que caracterizó estos siglos?
Junto con las ideas de libertad y democracia, el gran discurso de los siglos XIX, XX y XXI es el del comunismo. En la portada del libro aparecen el martillo y la hoz, con el puño izquierdo en alto. Revolución de la libertad también narra la historia del comunismo, desde Robespierre —el primer gran tirano de izquierda, que ejecutó a 40 mil personas en un año por no pensar como él—, pasando por Lenin, que mató a diez millones; Stalin, que mató a treinta millones; Mao, con cincuenta millones, y Pol Pot, que eliminó a dos millones, la mitad de la población de su país.
Esta es la historia de tiranos comunistas y del colectivismo como forma de opresión: una tendencia a anular al individuo, a arrebatarle su libertad, algo que hoy vemos replicado en el progresismo actual. Me dicen: “El comunismo ya cayó”. Y yo respondo: “No, solo cambió de nombre”. Ahora se llama progresismo, transformación, cultura woke, o como se le quiera decir, pero siempre con la misma intención: eliminar el pensamiento crítico, diluir al individuo, imponer un colectivo, expandir el poder del Estado.
El Estado que tiene el poder de darte todo también tiene el poder de quitártelo todo. Eso también lo vemos en el fascismo. Hoy, muchas personas menores de 50 años no tienen idea de lo que es el fascismo. Nuestros abuelos lucharon contra él, y hoy el término se usa a la ligera: “fascista tú”, “fascista aquel con el que no estoy de acuerdo”.
En Revolución de la libertad explico que el fascismo es de izquierda. Mussolini fue socialista toda su vida, Hitler también se definía como socialista. Y aunque algunos teorizan sobre un “socialismo de derecha”, al final todo se resume así: colectivismo contra libertad. Es la gran lucha desde el siglo XVIII hasta hoy.
Por un lado, un sistema que oprime, que elimina la individualidad y dicta lo que debes pensar y hacer. Por otro, uno que te permite construir tu propio proyecto de vida. Para ser libre necesitas madurez emocional, responsabilidad, respeto y tolerancia. Solo así puedes aspirar a la felicidad, que es el fin último de la existencia humana.
¿Cómo alcanzar esa felicidad?
Para ser libre y feliz necesitas dos formas de independencia: la del conocimiento y la de los medios. Si generas tu propio conocimiento, tu mente es libre. Si generas tu propia riqueza, tus actos también lo son. No se trata de ser millonario, sino de que lo que tengas sea tuyo, sin deberle nada a nadie. Tu conciencia no debe estar en venta.
El tirano actual llega al poder con dogmas y doctrinas. Te arrebata el pensamiento crítico con discursos contra la ciencia y la lógica. Convierte sus emociones en la nueva verdad y te vuelve intelectualmente incapaz. Luego te ofrece dinero, te dice que no trabajes, como ese marido que convence a su esposa de dejar el trabajo para luego ejercer violencia económica. Así pierde su independencia. Si dependes del Estado, ya no eres libre, y sin libertad, nunca serás feliz.
La democracia no es el poder de la multitud. Es el poder de cada individuo. En ese sentido, democracia significa: “Yo soy el soberano”. República significa: “Yo soy dueño del país”. Si yo soy soberano y dueño del país, tengo derecho a pensar y decir lo que quiera. Pero todos los demás también tienen ese derecho.
¿Qué le dirías a las personas para que respeten la libertad ajena?
Voltaire lo dijo claro: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. Si no aprecias la libertad de expresión de quien no está de acuerdo contigo, entonces no te interesa la libertad. Eres un tirano. Y si eres un tirano, eres parte del problema.
En México, además, confundimos libertad con libertinaje. Creemos que libertad es hacer lo que se nos da la gana. Pero si no puedes controlar tus emociones, no eres libre. El verdadero amo es quien controla tus emociones. Si no las controlas tú, lo hará un ideólogo, un orador, alguien manipulándote desde una mañanera. Si otro maneja tus emociones, eres su esclavo.
¿Cómo es que el pasado se inserta en el mundo actual?
El pasado siempre está presente. Se dice que estudiamos la historia para no repetir los errores, pero en realidad, la historia es la repetición constante de los mismos errores. Cada generación tiene sus tiranos y estos parten de la idea de que el pueblo no ha leído ni aprendido. Así pueden venderle las mismas mentiras una y otra vez.
Los ilustrados del siglo XIX eran ingenuos: pensaban que todos diríamos la verdad. Plantearon la democracia para un ser humano racional, lógico, capaz de gobernarse a sí mismo. Pero hoy no somos eso. Hoy vivimos en un mundo dominado por la emoción, no por la razón. Esa es la trampa del tirano: manipular tus emociones, culpar a los demás de todo lo que te pasa, hacerte creer que nada es responsabilidad tuya.
Las revoluciones, inservibles
Escritor, analista histórico y divulgador conocido por su obra crítica y provocadora, Zunzunegui es autor de numerosos libros, entre ellos Los mitos que nos dieron traumas, donde deconstruye narrativas históricas mexicanas, y la trilogía de El misterio del águila. En redes sociales y en su podcast, Zunzunegui analiza temas históricos, filosóficos y políticos con un enfoque polémico y desmitificador.
¿Para qué sirven las revoluciones?
Las revoluciones son el mayor fraude de la historia del mundo moderno. Siempre siguen el mismo patrón: los de en medio convencen a los de abajo de pelear contra los de arriba. Los de arriba caen, los de en medio suben, y los de abajo siguen abajo… un poco más jodidos.
No hay revoluciones por malas condiciones sociales —que siempre han existido— sino porque hay revolucionarios profesionales que no buscan justicia, sino el poder mismo. Desde Robespierre hasta Lenin, Stalin y todos los demás, la única patria del revolucionario es la revolución. Su único objetivo es tomar y conservar el poder. La revolución no es el medio, es el régimen.
Por eso, matar, robar o mentir puede estar mal… excepto si lo haces por la causa. Entonces todo está justificado. Así se construyen las mentiras que sostienen las revoluciones. Y si tantas veces ha habido revoluciones tras revoluciones, si tantas veces ha habido guerras civiles tras cada una, es porque todas han fracasado.
Francia, por ejemplo, ha tenido una revolución social cada treinta años desde el siglo XVI. Eso solo significa una cosa: cada revolución ha mentido. Se promete que, al tomar el poder, todo cambiará para bien. Pero treinta años después hay otra revolución… porque todo sigue igual. Solo cambia quién manda.
¿Y eso cómo impacta en el Siglo XX?
Bueno, los soviéticos descubren la joya entre las joyas, que explica perfectamente George Orwell: “El revolucionario va a entender: llegué al poder con una revolución, puedo perder el poder con una revolución. ¿Qué tengo que hacer? Eliminar las capacidades revolucionarias de la población. ¿Cómo? Metiéndome en su mente y metiéndome en su bolsillo. Si yo erradico tu capacidad de crear conocimiento y tu capacidad de crear riqueza, eres mío para siempre”.
Y luego están estos revolucionarios que te dicen: “La revolución es constante, no termina nunca, el enemigo siempre está al acecho, los poderes fácticos siempre están ahí”. Setenta años después de tomar el poder, le siguen echando la culpa a todo el mundo, menos a ellos mismos. Porque soy Fidel Castro, soy un estúpido niño inmaduro que nunca se hace responsable de sí mismo. Y es el papá de todos los engendros bolivarianos. A ti no te conviene estar ni frustrado, ni encabronado, ni iracundo, ni violento, no vas a ser feliz así, pero los revolucionarios y los políticos te quieren tener así porque no les interesas en lo más mínimo. Solo a ti te interesa tu bienestar, tu felicidad y tu plenitud. Para los políticos eres una cosa, y te van a tirar a la basura en cuanto logren su objetivo.
¿Cómo aprovechas las plataformas digitales para compartir tus conocimientos?
Yo me negaba mucho a esto de hacer redes, me resistía al TikTok. Fue mi esposa quien me dijo que entrara a las redes. Y me encantó, porque le dije: “¿Cómo?, si ahí solo hay basura”. Y me respondió: “Exacto, por eso tienes que entrar”. No importa si eres doctor en lo que sea, si tienes un montón de estudios, si eres un astronauta que fue al espacio… en tu TikTok tienes que bailar.
El punto es que el mundo es dual, todas las herramientas lo son, y ningún medio es bueno ni malo: es un medio. Mi vocación en la vida, mi pasión —y estoy seguro de que también mi misión— es la educación, la divulgación, la enseñanza, las reflexiones, la filosofía. Y encontré que las redes son un gran espacio para compartir eso. Pero lo más bonito es que descubrí que hay muchísima gente buscando buen contenido.
Eso ya lo decían todos los teóricos de la comunicación del siglo XIX y XX: el sistema te va a acostumbrar a la mierda para que solo pidas eso, para que ni siquiera sepas que hay otra posibilidad. Pero en cuanto a la gente le das un poquito de reflexión, de conocimiento, no de datos ni ideología, sino pensamiento crítico, les encanta. Y es lo que he estado tratando de hacer con el podcast.
¿Qué herramientas das para la superación personal, siendo historiador?
Estoy seguro de que quien es feliz quiere que los demás sean felices. Cuando vives en plenitud, te encantaría que los demás también lo hicieran. A mí, por supuesto, me importa mi felicidad. Y estoy muy feliz tratando de compartir reflexiones que hacen felices a los demás.
En Falsificar la historia digo: no puedes confiar en ninguna versión oficial de la historia. Todos te mienten. Y entonces, tú también. Yo no tengo la verdad. Desconfía del que diga tenerla. Huye de él, porque te está engañando.
Yo tengo estudios, tengo lecturas, soy filósofo, reflexiono, llego a conclusiones. Y claro, como tú, llego a mi verdad. Pero no pretendo que nadie crea lo que yo digo. No pretendo que nadie asuma que mi verdad es la verdad.
¿Cuál es la verdad? Hay mil visiones de la historia que te van a llenar de rabia, de ira, de coraje y frustración. Y hay una versión que te va a llenar de plenitud. Esa es la buena. La correcta. Una versión de la historia sanada, perdonada, emocionalmente madura, racional, lógica, científica, estable. Esa, sí o sí, te va a conducir a la felicidad.
Siempre le digo a las personas: si tú crees en un ser humano —porque nos encanta convertir a todos en gurús— estás destinado a decepcionarte. No puedes confiar en tu gurú. Puedes confiar en su enseñanza.
Tal vez el Buda no existió, pero sigue su sistema de meditación y te vas a iluminar. Tal vez Jesús no existió, pero sigue su enseñanza de perdón y vas a ver cómo mejora tu vida. Yo siempre digo: tal vez Sócrates no existió, pero no dejes de leer a Platón, porque la filosofía de Sócrates te va a iluminar. La persona no importa. Importa la enseñanza. Si otros no la siguen, es su problema. Síguela tú. No te va a decepcionar.
Zunzunegui recomienda libros históricos y transgresores
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Estuve de compras, así que voy a hablarles de lo que adquirí. Compré dos libros de Stefan Zweig, porque es un biógrafo excepcional, con una narrativa fascinante. Por ejemplo, María Antonieta relata la Revolución Francesa desde su perspectiva, magistralmente escrita por él.
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Este libro sobre Montaigne no solo destaca por ser de Zweig, sino porque explora la vida de Michel de Montaigne, uno de los filósofos más importantes del siglo XVI, cuya visión humanística es fundamental en la filosofía moderna. Sin duda, su biografía debe ser tan interesante como su pensamiento.
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Quienes me conocen saben que soy un gran defensor de la hispanidad. A menudo me critican creyendo que siempre hablo bien de España, pero en realidad, hablo bien de México, y la hispanidad es nuestra raíz, nuestro origen. Pensamos, amamos y comprendemos el mundo en español. Nuestra fe o incluso nuestro ateísmo se expresan en el idioma que heredamos. Por eso recomiendo Sacro Imperio Romano Hispánico, un libro que explora la historia de la hispanidad en América y sus raíces en España. La hispanidad no es solo un legado de España a América, sino algo que construimos juntos. Es profundamente mestiza: tan indígena como española. Nuestras raíces indígenas se remontan a Teotihuacán, los toltecas y los olmecas, mientras que nuestra herencia hispana se conecta con Roma, Grecia y Jerusalén. Toda la tradición greco-romana y judeocristiana también es nuestra, y vale la pena reconocerlo.
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Libros malditos aborda obras censuradas que han influido en la humanidad. Desde el Evangelio de Judas hasta Mein Kampf de Hitler, pasando por textos como el Libro de Thot, los evangelios apócrifos, los escritos gnósticos, el Códice Gigas (conocido como la Biblia del Diablo), el Malleus Maleficarum (el Martillo de las Brujas), y el Popol Vuh. También menciona el auto de fe de Maní, en Yucatán, donde Diego de Landa quemó numerosos códices mayas o la biblioteca hereje de Fray Servando Teresa de Mier. Los libros prohibidos son clave para entender la historia.
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Cada vez que encuentro un estante con libros de Atalanta, me emociono. Son ediciones exquisitas. Como amante de lo místico, filosófico y religioso, adoro esta editorial. Y como conocedor de la cultura hindú y la tradición védica, recomiendo El universo como una obra de arte, un texto que combina filosofía y ciencia dentro del hinduismo. La idea de que el mundo es una ilusión, pero también una manifestación divina, implica que cada aspecto de la realidad revela misterios sagrados.
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Siempre sugiero la lectura de 1984, de George Orwell. Para entender el caos actual, cómo se manipula la historia, se reescribe el pasado y se corrompe el lenguaje, esta obra es esencial. Orwell ya nos advertía en 1948 sobre lo que ocurriría.