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Ciencia ficción mexicana: cuando el futuro nos alcanzó

Especial Ciencia ficción mexicana: cuando el futuro nos alcanzó

David Rocha Molina Américas /

A lo largo del siglo XX, los lectores mexicanos descubrieron la ciencia ficción, principalmente a través de traducciones de autores anglosajones, pero con el tiempo, escritores locales comenzaron a apropiarse del género para reflexionar sobre la identidad, la tecnología, la política y el futuro desde una perspectiva única, como leerás en este artículo sobre ciencia ficción mexicana: cuando el futuro nos alcanzó.

El siglo XX: La ciencia ficción como importación cultural

A principios del siglo XX, la ciencia ficción llegaba a México de manera esporádica, principalmente a través de traducciones de autores europeos y estadunidenses. Las obras de Julio Verne y H.G. Wells eran las más conocidas, aunque su recepción estaba limitada a un público lector reducido, generalmente de clase media y alta.

En las décadas de 1940 y 1950, las revistas pulp jugaron un papel crucial en la difusión del género. Publicaciones como Los Cuentos Fantásticos y la argentina Más Allá introdujeron a los lectores mexicanos a autores como Isaac Asimov, Ray Bradbury y Philip K. Dick. Estas revistas, aunque no siempre accesibles en todo el país, sembraron la semilla de la ciencia ficción en el imaginario colectivo.

En los años cincuenta, leer a Asimov, Bradbury, Dick u Orwell en México era una experiencia clandestina y elitista. Sus obras llegaban mediante ediciones argentinas de editoriales como Minotauro o en revistas pulp que circulaban bajo el mostrador en librerías de viejo de la calle Donceles. Mientras estudiantes universitarios y círculos intelectuales discutían 1984 como crítica al autoritarismo, la censura intervenía: confiscaban ejemplares por "comunistas" o mutilaban traducciones para evitar pasajes "inmorales". 

Estos libros, mal traducidos y semiclandestinos, sin embargo, sembraron la semilla de la ciencia ficción mexicana contemporánea. Hoy, cuando autores como Verónica Murguía o Pepe Rojo retoman sus temas, dialogan con ese legado que llegó a cuentagotas al México priista, entre el contrabando literario y las lecturas furtivas en cafés de la Roma.

Los pioneros mexicanos

Aunque la producción local era escasa, algunos escritores comenzaron a experimentar con temas cercanos a la ciencia ficción. Amado Nervo, más conocido por su poesía modernista, incursionó en lo fantástico con "El sexto sentido" (1918), un relato que explora percepciones extrasensoriales. Sin embargo, fue hasta mediados del siglo XX que surgieron autores que intentaron crear una ciencia ficción con identidad mexicana.

René Rebetez, colombiano radicado en México, es considerado uno de los padres del género en el país. Sus cuentos, recopilados en El terronauta (1961), combinaban especulación científica con reflexiones filosóficas. Por su parte, Carlos Olvera publicó Mejicanos en el espacio (1968), una sátira que mezclaba el lenguaje coloquial con aventuras interplanetarias, criticando el nacionalismo y la burocracia.

A pesar de estos esfuerzos, la ciencia ficción seguía siendo vista como un género menor, relegado a suplementos culturales o publicaciones de nicho.

Con la globalización y el auge del cyberpunk en Estados Unidos, algunos escritores mexicanos comenzaron a adaptar estas influencias a su realidad. Gerardo Horacio Porcayo publicó La primera calle de la soledad (1993), considerada la primera novela cyberpunk escrita en español en México. Su obra retrataba un futuro distópico donde la tecnología y la violencia se entrelazaban con la identidad mexicana.

Otro autor clave de esta época fue Pablo Soler Frost, cuya obra La mano derecha (1997) exploraba la inteligencia artificial y la moralidad desde una perspectiva literaria más experimental.

Aun así, el género seguía siendo marginal en el mercado editorial mexicano, dominado por el realismo y la literatura "seria".

La consolidación de una ciencia ficción mexicana

El nuevo milenio trajo consigo un renacimiento de la ciencia ficción en México. Autores como Pepe Rojo y Bernardo Fernández (Bef) comenzaron a publicar obras que combinaban lo especulativo con la crítica social.

Pepe Rojo, con Bienvenidos a McMundo (2004), ofrecía una visión satírica de un futuro dominado por el consumismo y la homogenización cultural. Bef, conocido también como ilustrador, publicó Ojos de lagarto (2008), una novela noir con elementos de ciencia ficción que ganó el Premio Memorial Silverio Cañadas en España.

Además, editoriales independientes como Ficticia y Cerbero comenzaron a apostar por antologías de ciencia ficción, dando espacio a nuevas voces.

Tras la generación pionera de Pepe Rojo y Bef, ha emergido un  grupo de autores que están redefiniendo la ciencia ficción mexicana contemporánea. Estas voces combinan lo especulativo con profundas reflexiones sociales, políticas y culturales propias del México actual.

Entre los nombres más destacados se encuentra Jorge Comensal, quien sorprendió con Las mutaciones (2022), una aguda reflexión sobre biotecnología y desigualdad social. Vania Casas aporta una visión fresca con obras como Las malditas (2022), que reinventa lo fantástico desde una perspectiva feminista.

La escena actual también incluye a Gerardo Sifuentes, curador clave del género con antologías como Axiomática y Diana Garza Islas, cuya obra Órbita (2023) explora identidades poshumanas. Colectivos como "Ciencia Ficción MX" y editoriales independientes siguen impulsando nuevas voces que mantienen al género en constante evolución.

La irrupción de las autoras

En los últimos años, la ciencia ficción mexicana ha experimentado una transformación radical gracias a la irrupción de voces femeninas que han reconfigurado el género desde una perspectiva crítica y feminista. Autoras como Gabriela Damián Miravete, Andrea Chapela y Libia Brenda han desafiado los cánones tradicionales de la narrativa especulativa, introduciendo temas como la corporalidad, la maternidad, la violencia de género y la reivindicación de lo femenino en futuros distópicos o alternativos.

Lo que distingue a esta nueva generación de escritoras es su capacidad para entrelazar lo político con lo especulativo. Por ejemplo, en Soñarán en el jardín (2018), Damián Miravete imagina un México posapocalíptico donde las mujeres reconstruyen la sociedad desde una ética comunitaria, lejos de las lógicas patriarcales. Por su parte, Andrea Chapela, en La heredera (2022), explora la ingeniería genética y el control de los cuerpos como metáfora de las estructuras de poder que históricamente han dominado a las mujeres. Estas obras no solo expanden los límites temáticos de la ciencia ficción, sino que también cuestionan su tradición androcéntrica, heredada de los grandes maestros anglosajones del siglo XX.

Además, estas autoras han logrado trascender el ámbito local, ganando reconocimiento internacional. Gabriela Damián se convirtió en la primera mexicana en ganar el Premio World Fantasy por Soñarán en el jardín, mientras que Libia Brenda obtuvo el Premio Ignotus por Tierra adentro (2019), una novela que aborda la colonización espacial desde una mirada decolonial y feminista. Su éxito no solo refleja la calidad literaria de estas obras, sino también la creciente demanda por narrativas que cuestionen las jerarquías de género dentro y fuera de la ficción.

Paulette Jonguitud ha emergido como una de las voces más sugerentes en la ciencia ficción mexicana contemporánea, destacando por su habilidad para entrelazar lo cotidiano con lo extraordinario. Su obra explora con mirada lúcida las fronteras entre lo humano y lo monstruoso, entre la realidad y la pesadilla, ofreciendo una ciencia ficción íntima que reflexiona sobre la identidad, el cuerpo y los límites de la naturaleza humana. Su estilo, que combina una prosa poética con elementos de horror y especulación científica, ha enriquecido el panorama del género en México, demostrando que la ciencia ficción puede ser tan perturbadora como profundamente humana. 

El resultado hoy en día es un panorama literario más diverso, donde lo femenino ya no es un elemento secundario, sino el centro desde el cual se imaginan nuevos futuros. En un género históricamente dominado por hombres, la irrupción de estas voces no solo enriquece la ciencia ficción mexicana, sino que la convierte en un espacio de resistencia y reinvención.

Entre las compilaciones más originales del género destacan Futuros peligrosos (2016), que reúne distopías narradas como corridos revolucionarios; Alucinadas (2017), primera antología mexicana de ciencia ficción escrita exclusivamente por mujeres, y la peculiar "Tortugas cósmicas y otros especímenes" (2021), donde autores como Raquel Castro reinterpretan mitos prehispánicos con aliens y viajes en el tiempo. Mención especial merece Santa María Tonantzintla: crónicas de un observatorio (2022), que imagina encuentros extraterrestres desde el famoso observatorio poblano.

La ciencia ficción mexicana ha dejado de ser un ejercicio de imaginación futurista para convertirse en un espejo crítico de nuestro presente. Desde las primeras traducciones clandestinas hasta las audaces propuestas de autoras contemporáneas, el género demuestra que los futuros más reveladores son aquellos que dialogan con nuestras raíces. Hoy, cuando escritores mezclan nanotecnología con tradiciones ancestrales o reinventan mitos en estaciones espaciales, confirman que la mejor ciencia ficción no viene del futuro, sino de la capacidad de reinterpretar lo que ya somos. 

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