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Verónica Murguía y los libros que hacen honor al castellano

La escritora mexicana habla de su libro de relatos "El ángel de Nicolás" y nos comparte lo que ha significado su exploración de la literatura durante décadas.

Verónica Murguía y los libros que hacen honor al castellano. Foto: Javier Ríos
Verónica Murguía y los libros que hacen honor al castellano. Foto: Javier Ríos
Verónica Maza Bustamante Américas /

En su libro de relatos más reciente, El ángel de Nicolás, Verónica Murguía demuestra que la literatura puede recrear el flujo caótico de la naturaleza y la historia, domándolo con la armonía de su prosa precisa y la voluntad de sus personajes. A través de siete narraciones que entrelazan mito e historia, Oriente y Occidente, teje un tapiz donde lo antiguo se vuelve presente, mientras su pluma acaricia lo mismo la mente que el alma. Aquí nos habla al respecto y recomienda libros que hacen honor al castellano.

Videoentrevista con Verónica Murguía

Verónica Murguía: entrevista y libros recomendados
Verónica Murguía: entrevista y libros recomendados

Depredadores con conciencia

Verónica Murguía es una de las voces más versátiles y profundas de la literatura en español: escritora, traductora y profesora de literatura, su obra navega entre el mito, la historia y la fantasía con una maestría que trasciende géneros y edades. Estudiosa de la historia, es autora de Auliya —finalista del premio Rattenfänger en Alemania— y de Loba, ganadora del prestigioso premio Gran Angular en España. En charla para Librotea, nos presenta su libro más reciente. 

Verónica, ¿de qué trata tu libro de cuentos El ángel de Nicolás?

Es un libro con siete cuentos. Algunos ocurren en la Edad Media, otros en la Antigüedad Clásica y otros en el tiempo bíblico, uno en el Antiguo Testamento y otro en el Nuevo Testamento. Se desprende de una parte de los evangelios y tiene una continuidad con personajes que salen en ellos, pero de los cuales nos olvidamos cuando crucifican a Cristo, pues nos vale gorro lo que les pasó a los otros personajes. 

A diferencia de lo que hizo Oscar Wilde, que fue culpar a Salomé, porque esa Salomé enamorada de San Juan Bautista no está en los evangelios, yo escribo sobre ella de otra manera. También sobre un experimento muy feo que se hizo en Italia para saber cuál era el idioma que se hablaba en el paraíso. Escribo sobre el más grande poeta de los árabes, Al-Mutanabbi, que es un poeta tan importante que en todas las ciudades islámicas hay una calle con su nombre. 

"El ángel de Nicolás" es un cuento basado en una hagiografía bizantina sobre las invasiones búlgaras, que era un pueblo más parecido a los turcos. Retomo el mito de Marsias, que es un personaje que me conmueve muchísimo, porque es precioso y los dioses lo maltratan, como suele pasar con los dioses griegos y los seres humanos que están a su alrededor o seres mitológicos. En resumen, es una indagación sobre el poder y la verdad.

¿Cómo desarrollaste este libro? ¿A lo largo del tiempo o a profundidad?

Toda mi obra es un cuestionamiento sobre por qué somos unos depredadores tan feroces y a mí me interesa buscar salidas humanas y, si no las encuentro, por lo menos salidas estéticas. Así que puedo estar un mes con un párrafo, porque para mí eso es parte de mi trabajo. No puedo escribir con descuido, porque además yo me eduqué en mi matrimonio con David Huerta, que era un poeta muy preciso con un lenguaje muy vasto.

Mi primera novela, que se llama Auliya, es un proyecto anterior a conocer a David. Buscaba lo democrático, lo flexible y lo exigente que es el castellano, porque probablemente es el idioma más exigente, aunque, claro, nos tropezamos todos en cualquier lengua con nuestra propia violencia, y experiencia del dolor. Hay muchas cosas que no creo que los idiomas estén preparados para expresar, pero ese es nuestro trabajo. Nuestro trabajo es darle voz a las víctimas y dibujar con la mayor precisión posible los cuestionamientos.

Ese ha sido mi trabajo siempre. Leo muchísimo. Probablemente esa es la única herramienta con la que cuento. No sé cómo escribo, pero sí sé cómo leo. Leo con una ferocidad, con una entrega muy grande. No me distrae ni el prestigio ni el tema ni nada. Hay ciertas cosas que rechazo, por ejemplo, el romance me aburre, me desconcierta, me cansa. Soy una lectora muy agradecida de la divulgación científica. Me gusta leer sobre medicina, pero mi tema es por qué nos hacemos daño los unos a los otros. Tengo como una serie de interrogantes existenciales que me importa mucho responder como pueda.

¿Qué respuestas has encontrado después de esta exploración por décadas?

Las respuestas son muy difíciles. Si me pidieras una respuesta sobre nuestra naturaleza, te diría: "Somos depredadores, pero tenemos conciencia". Entonces, ¿qué debemos hacemos? Pues dejar de depredar, según yo,  sobre todo ahorita, en que vivimos un apocalipsis sucesivo.

Durante la promoción de El cuarto jinete, que es un libro sobre la peste negra de 1348, que salió durante la pandemia, me preguntaban: "¿Qué va a pasar?". No sé qué va a pasar, ya sé lo que pasó y se parecía mucho a lo que pasó durante la pandemia, incluyendo el ataque con cloro a las enfermeras aquí en México, decía.

La respuesta es que somos depredadores, somos crueles, pero tenemos la conciencia, que nos debería de servir para buscar respuestas, solidaridad, y entender además que cada acto depredador tiene una consecuencia que nos afecta a los mismos depredadores.

Con esto quiero decir que, por ejemplo, la contaminación, la violencia contra las mujeres y los niños, contra los pueblos originarios, todo eso va a tener repercusiones sobre nosotros. Trump puede decir: "Vamos a sacar todo el petróleo del mundo", con la certeza de que como es una persona decrépita mental y físicamente, no la va a pagar, pero sus nietos sí.

Y probablemente los narcotraficantes y los políticos creen que no va a haber repercusiones, pero cada vez que abro el periódico, veo la muerte de otro candidato de cualquier partido, y eso quiere decir que ya está habiendo repercusiones terribles en esta especie de matrimonio infernal que se hizo entre el narco y las autoridades.

Eso es lo que he aprendido.

La palabra precisa

La pluma de Verónica Murguía recorre desde la épica medieval hasta la literatura infantil. Traductora de autores como Francisco González-Crussí y William Alexander, Murguía no solo escribe historias, sino que las habita, las cuestiona y las devuelve al mundo con una lucidez que convierte cada libro en un descubrimiento. 

¿Cómo trabajas la palabra para tener una escritura tan precisa?

Cuando una palabra cae en su lugar, es como hacer un rompecabezas. Cuando la palabra es la precisa se siente bien, hay un placer casi físico.

El proceso es leer y leer, escribir, escribir, reescribir, reescribir. Y además hay un intento de emulación. Tengo escritores a los que admiro. Tengo un canon que no es popular, pero es el mío. Entre mis dioses está Borges, que nadie podrá decir que no escribe de forma maravillosa y que era un hombre muy inteligente a pesar de su política.

Entre los escritores que más respeto, hay varios con los que tendría discusiones muy agradables sobre política. Adonis, el poeta, me parece muy brillante. Homero, sea un hombre o varios, sea la Ilíada el producto de una mente o de un colectivo involuntario, me parece una cosa maravillosa, aunque detesto a Aquiles, pero ahí encuentro muchas cosas que explican por qué somos como somos.

Marguerite Yourcenar. Comparo un cuento mío con uno de ella y el mío parece que viene vestido como si se hubiera puesto la ropa a oscuras. José Revueltas es uno de mis grandes ídolos. Una prosa seca, eficaz, conmovedora. Leo mucha poesía. Leo muchísima historia. 

Leo mucho a George Orwell y mucho a un inglés que se llama Steven Runciman, que es el gran historiador de las Cruzadas. Yo no he escrito casi nada sobre las Cruzadas, he escrito un cuento, que está publicado solito, y se llama El rey de Jerusalén, que es una reflexión sobre la primera invasión de los cristianos en Tierra Santa. Runciman me parece un ejemplo de buena escritura. 

Hay muchos escritores y ese es mi proceso: leer, comparar, leer, comparar, sentirme derrotada, volver a empezar, porque  yo creo que cuando ya te la creíste, ya te fregaste.

¿Cómo fue que reeditaste El ángel de Nicolás y cómo lo ves a la distancia?

La reedición se la debo a la gentileza de Era, que fue la editorial en la que desde el principio quería que se publicara El ángel de Nicolás. David Huerta publicaba en Era, Coral Bracho publica en Era, Elsa Cross publica en Era, hay mucha gente que admiro que publica en Era.

Escribí los cuentos para David porque me dijo: "Quiero que escribas cuentos", y yo le decía: "No puedo, no puedo, no puedo". Pero poco a poco fui escribiendo los cuentos para dárselos en un volumen y era lo más normal que se lo ofreciera a Era. Fue muy afortunado para mí que ellos lo aceptaran.

Ahora, espero que le vaya bien a esta edición. La gente cree que no me importa México porque no escribo sobre él, pero les puedo asegurar que estoy más obsesionada con el país de lo que me gustaría. Trabajé 21 años en La Jornada, hasta que me corrieron, y todos los domingos cada 15 días publicaba una crónica que generalmente trataba del país, sobre todo de la ciudad. Eran crónicas satíricas sobre los taxis, sobre el uso del gerundio, sobre el metro, sobre las banquetas, sobre la caca de los perros, sobre las coladeras.

Como todos los escritores, creo que tengo algo que decir y quiero que alguien lo lea, pero eso quién sabe de qué depende. Es un misterio.

¿Qué estás trabajando actualmente?

Me tardo muchísimo en publicar. Aparte, tuve dos años de la cancelación total de mis funciones mentales. Me quedé viuda hace dos años y medio y durante dos años, entre el estupor y la nostalgia, no entendía nada de lo que leía.

Estoy retomando muy cautelosa mi escritura de cuentos y novelas para niños. Estoy tratando de que no se me note que estoy triste. Y entonces, bueno, pues ahí voy.

No escribo rápido, lo cual es problemático, porque aparte estamos en un momento en el que las editoriales tienen la obligación de poner tantas novedades y las novedades a veces son tan malas y tan reiterativas y tan indistinguibles unas de otras, que yo no puedo seguir eso. No puedo ni quiero ni tengo el talante ni el interés ni se me ocurre. ¿Cómo voy a escribir rápido? Soy una persona que se tarda un mes diciendo: "Este verbo, ¿conviene o no conviene?".

Así que estoy retomando todo de manera muy vacilante. Escribí poesía muy mala durante estos años, pero afortunadamente ya recapacité y todo eso nunca se la voy a enseñar a nadie.

Verónica Murguía y los libros que hacen honor al castellano

  • El hacedor

    El hacedor

    Jorge Luis Borges

    DEBOLSILLO

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    El hacedor, de Jorge Luis Borges, tiene el retrato más bello de Homero que leí en mi vida y, por alguna razón que no entiendo, cada vez que leo ese retrato me pongo a llorar. Es solo un retrato, el devenir de Homero en poeta y en ciego, pero la prosa de Borges es absolutamente un tesoro del castellano.

  • El otoño del patriarca

    El otoño del patriarca

    Gabriel García Márquez

    Random House

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    El de El otoño del patriarca es otro tipo de castellano. Si el castellano de Borges es como una columna dórica, el de García Márquez es una especie de follaje que se mueve. Es un libro muy impresionante, con un español que cuando yo lo leí por primera vez, sentí que me caía encima como si fuera un jaguar. Es un libro que tiene un castellano oceánico con un retrato de los políticos latinoamericanos impresionante. No creo que García Márquez hubiera querido adelantarse a retratar a Fidel Castro, porque era su cuatacho y le caía bien, pero retrató a Fidel Castro. Y retrató a todos los tiranos latinoamericanos. Si Maduro y Ortega no quedan físicamente con el papel es porque evidentemente se pintan el pelo.

  • Las memorias de Adriano

    Las memorias de Adriano

    Marguerite Yourcenar

    DEBOLSILLO

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    Recomiendo Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, que es uno de los libros más bellos que he leído.

  • La calle blanca

    La calle blanca

    David Huerta

    Ediciones Era

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    Recomendaría La calle blanca e Incurable, de David Huerta. También El laberinto de la soledad, de Octavio Paz. De mis contemporáneos, hay muchísimos. Los nombres del aire, de Alberto Ruy Sánchez, es un libro que adoro. Por ejemplo, Neruda es un poeta del que yo me tengo que saltar las partes dedicadas al partido, pero las Odas elementales son bellísimas. Les recomiendo a Raúl Zurita. Hay mil poetas. Latinoamérica está llena de poetas. Hay que leerlos. Leer poesía es, además, un acto de resistencia, porque la poesía no da dinero.

  • La bomba de San José

    La bomba de San José

    Ana García Bergua

    Ediciones Era

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    Ana García Bergua es mi chompiras, no les voy a decir que no es mi superamiga, porque lo es, pero además me hace reír muchísimo. Hace poco participé en un homenaje a ella y empecé a leerla. Me reía yo sola. Decía: qué padre que me hace reír, qué padre que hay una humorista en este país donde hay tan pocos que tienen sentido del humor.

  • Radicales libres

    Radicales libres

    Rosa Beltrán

    ALFAGUARA

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    Está Rosa Beltrán. Adoro su último libro, que también hace reír, pero es un poco desgarrador, porque tiene una parte que aborda la violencia. Se llama Radicales libres, porque ella siempre está jugando con los títulos. Al final hay una carta a una hija que se tiene que ir de México por la violencia.


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