Xavier Velasco y los libros que se leen con gran placer
El escritor mexicano profundiza sobre "Hombre al agua", un libro que trasciende el relato de un náufrago real y se convierte en una exploración de la escritura.

Xavier Velasco comparte los detalles sobre su proceso creativo, desde los desafíos de narrar en primera persona hasta la complejidad de retratar a un personaje real sin perder la esencia literaria. La incertidumbre como motor de la escritura, la relación entre ficción y realidad, y las experiencias personales aparecen en esta entrevista para Librotea, así como la recomendación de libros que se leen con gran placer.
Videoentrevista con Xavier Velasco

En busca del verdadero náufrago
Xavier Velasco, uno de los escritores más aplaudidos de la literatura mexicana contemporánea, irrumpe con Hombre al agua, el relato de supervivencia de un náufrago que se convierte en un espejo de las tormentas humanas.
Ganador del Premio Alfaguara por Diablo Guardián —novela que lo consagró como una voz irreverente y vital—, vuelve a desafiar los límites entre realidad y ficción al reconstruir la historia de un náufrago real pero, sobre todo, al sumergirnos en los abismos de un personaje que, como él mismo advierte, "nunca encajó en el cuerpo social". Aquí lo que conversamos para Librotea.
Xavier, en tus propias palabras, ¿de qué trata Hombre al agua?
Hombre al agua es la historia de un naufragio, pero no del naufragio que apareció en la prensa mundial hace un par de años. Cuando a mí me dicen que hay un náufrago que está dispuesto a contar su historia y me piden que sea yo el que la escriba, me doy cuenta de que no es la historia de un suceso en el mar, sino la historia de una vida, de una vida de naufragio. Y, por supuesto, también es una aventura en alta mar, a la mitad del Océano Pacífico.
Yo cuento la historia de Solomon Hopkins, un personaje canadiense que nunca encaja en el cuerpo social, y ese no encajar termina por llevarlo al Pacífico en una embarcación que no son más que dos canoas amarradas con una plataforma en medio, con la extraña y desmedida intención de llegar a las islas Cook, las antípodas.
Esta historia tiene que ver con todo lo que sucede no solamente en la vida del personaje, sino, para mí más interesante, en su cabeza.
Hay una segunda narrativa en la historia: la tuya. Cuéntanos al respecto.
Una de las primeras cosas que uno se pregunta al escribir una historia es cuál es el punto de vista, el ángulo, es decir, quién la cuenta. Yo recuerdo muchas noches hablando con mi esposa y diciéndole: "Es que yo no sé si hacer esto en primera persona. No me atrevo". Entre más conozco a la persona, más trabajo me cuesta hablar como si yo fuera el personaje. Porque "yo" es otra persona que no sabe qué hacer, que nunca ha navegado absolutamente nada.
En mi infancia recuerdo el Yate Fiesta, de Acapulco, pero creo que esos son mis mayores recuerdos marinos. Por eso, me di cuenta de que para poder contar esta historia tenía también que decir cuáles eran los problemas que enfrentaba yo. Tenía la necesidad de mostrar al personaje tal como era. Pero ¿quién soy yo para saber cómo es el personaje?
Lo que podía hacer era contar lo que yo alcanzo a ver. Finalmente, toda historia implica un punto de vista. La objetividad no existe. No tenemos una visión panóptica para poder decir todo lo que está pasando simultáneamente.
Al mismo tiempo uno empieza a platicar, se engolosina y de pronto dice cosas que no cree mucho, pero que suenan bien, o cosas que no fueron exactamente ciertas. Pero a fuerza de convivir con el personaje todos los días, el personaje se desnuda y uno va entendiendo, uno va dándose cuenta dónde miente, dónde exagera, cuáles son sus miedos, cuáles son sus debilidades.
Yo quería proyectar al personaje desde donde lo estaba viendo. Pasaron una serie de cosas coincidentes. Él cuenta la historia con su perrita, y mientras me lo está contando, a mí se me muere mi perrita. Él me dice que la razón por la que él sobrevivió en altamar era para poder alimentar a su perra. Porque él no pensaba en sí mismo, pero decía: "No, ¿cómo la voy a dejar morir? No le pregunté para traérmela aquí y aquí está por mi culpa". Y yo normalmente trabajo, vivo, sobre todo realizo mi introspección a lado de mis perros. Somos uno.
Esta historia también tiene que ver con el proceso mediante el cual me voy dando cuenta desde qué ángulo la voy a contar. Y uno de ellos es precisamente el del narrador desconcertado que de pronto confiesa: "Es que yo la única vez que navegué, me subí en una tabla de windsurf y tuvieron que ir por mí en una lancha porque no podía regresar. Yo no sé qué hacer con los vientos. Yo no sé dejarme llevar por un viento". Y, curiosamente, el protagonista es un navegante que no tiene idea de cómo navegar en su vida. Así que contar una aventura de esta envergadura implica necesariamente vivir otra aventura.
Esta novela tiene ecos de tus inicios como escritor. ¿Opinas lo mismo?
Cuando yo empecé a publicar más en serio, es decir, pensando en un libro, fue cuando José Luis Martínez, que providencialmente también es editor de este nuevo libro, me lanzó al ruedo. Un día me dijo: "¿Sabes qué? Tú ya estás harto de escribir de rock. Quedas despedido de esa sección y quedas recontratado para escribir de tugurios". Los tugurios eran una aventura cada noche, empezando por la aventura de cuando vas a hacer una crónica, un reportaje y no tienes nada, por lo que conservas este miedo de llegar al lugar y que no haya nada que contar. Dices: "¿Qué hago? ¿Lo invento todo? ¿Qué pasa si no pasa nada?". Prefiero meterme en problemas y tener algo que contar a salir intacto, pero no tener de qué hablar.
La aventura de meterte a lugares de los que no sabes cómo vas a salir, e incluso de algunos de los que no sabes si vas a salir con vida, también significa una intensidad, un deseo, una necesidad de ser más que uno mismo, es decir, ser más valiente de lo que creo ser, tener más arrojo del que considero que soy capaz de tener, ir más allá de mis posibilidades. Creo que la escritura, sobre todo la escritura literaria, te exige ir más allá de tus posibilidades, meterte en camisa de once varas.
Y esa, creo, ha sido siempre mi escuela. Es decir, toda la vida, aunque soy muy torpe, me he considerado un poco aventurero. Cuando me tengo que meter en algo que no conozco, que no domino, algo donde soy un poco novato, tengo el doble de entusiasmo.
¿Por qué? Porque, como tantos escritores, a mí lo que me impulsa es el miedo, el miedo a que no salga, la incertidumbre. Me gusta mucho ver deportes, en especial el tenis, porque llevan de entrada un factor de incertidumbre, que es lo que te hace sufrir y gozar el propio tiempo, la experiencia.
Entonces, tanto en este libro como en mi primer libro literario, que es Luna llena en las rocas, existe ese miedo, esa inseguridad, esa incertidumbre. No sé si voy a llegar a buen puerto, si voy a naufragar a la mitad, pero esa es una razón más para intentarlo.
Una clase de literatura
Escorpión con ascendente acuario, Xavier descubrió la escritura a los nueve años y pasó de ser un alumno problemático en la Ciudad de México a ser considerado un autor de culto, etiqueta que se deja a un lado cuando se comprende que vive por y para la escritura, en una simbiosis impecable.
Cuando te propusieron escribir este libro, Xavier, ¿pensaste que eras el autor indicado?
Mi primera reacción fue: "No, ¿qué voy a andar metiéndome en esas cosas? Además, yo estoy con una novela". Fue como llegar a una fiesta con tu esposa y que una chica muy guapa te guiñe el ojo. Recibí varias propuestas y poco a poco me fueron ablandando a lo largo de unas 24 horas. Me entusiasmé muy pronto y el punto de no retorno fue cuando Miguel Ángel Toledo, director de Madre Editorial, concertó una reunión entre el náufrago y yo.
Nos vimos en las oficinas de Grupo Milenio, de la editorial, y de inmediato hice clic con el personaje. Por una conversación sobre tenis, surgió una empatía y uno puede resistirse a la opción de la chica que te guiñó el ojo hasta el momento en que sales con ella. Cuando sales con ella, ya perdiste, porque todo va a avanzar hacia allá. Supe que me debía obligar a terminar la historia y eventualmente hacerla funcionar.
¿Cuántas veces te preguntas: "¿A alguien le importa esto? ¿Sirve de algo? ¿Por qué es interesante? ¿Por qué estoy haciendo esto y no otra cosa quizá mejor? ¿Existe otra cosa mejor o no?". Ése es un fantasma que te visita todas las noches y todas las mañanas.
Dicen que la historia encuentra al escritor, pero ¿cómo encuentra el escritor a la historia?
Yo creo que gran parte, al menos en mi caso, de la escritura, tiene que ver con el desamparo. Uno se resigna, se lanza a los brazos del desamparo y de ahí, pues a ver cómo la haces para sobrevivir.
Exactamente como cuando quieres aprender a montar a caballo y vas tímidamente dando algunos pasitos, luego trotando, y de repente algún malandro le da una nalgada a tu caballo y sale disparado. Pues ni hablar: "Tengo que salir de esta". Yo creo que con este libro me pasa exactamente eso.
Mis editores le dan la nalgada al caballo y yo digo: "Ay, ahora qué". Pero pues eso es lo que hace bonito a todo esto. A mí me gusta mucho compararlo con el amor, con el romance, con la pasión amorosa, porque si uno tuviera una certidumbre de que le iba a ir bien en el amor, el amor no tendría gracia.
Todos los días se para uno, a veces desconsolado, pero siempre más tarde o más temprano resuelto a pelear por esto. Escribir es pelear, es una lucha. Uno tiene que estar perfectamente preparado para caerse cuantas veces sea necesario. No se puede escribir indemne. Siempre hay que venir de unos peores momentos, porque de alguna manera esos peores momentos también son artífices de los buenos.
Una de las cosas más angustiantes de la escritura, más emocionantes para nosotros que la llevamos a cabo (pero más angustiantes para quien dice: "Qué miedo, yo no me quiero meter en esa camisa de once varas"), es esa incertidumbre, esa incapacidad de mantener la fe y la certeza desde el principio hasta el final de la historia. Sería maravilloso alejarte, pero también sería muy aburrido.
Tú sabes cuántas decisiones hay que tomar para escribir una página. Una gran cantidad, y después, ya que las tomaste, te pones a corregir y son más decisiones. Yo creo que es uno de los factores que me hizo más atractiva la escritura de este libro, porque estoy contando la historia de un tipo que tiene que tomar una gran cantidad de decisiones, que está completamente solo, y su vida, su supervivencia, depende de esas decisiones. Y no hay nada atrás, no hay una experiencia que te diga: "Bueno, pues en estos casos hay que hacer tal cosa". No. Es lo que a ti se te ocurra, lo que te salga. Puedes equivocarte, pero a un error basta el final. A ver qué pasa.
Esto de que el personaje hable y que exista y que te llame por teléfono y que tú le llames, es una situación muy rara, porque yo pongo muchísimo empeño en conocer a un personaje. Tú dirás: "Inventarlo". Pues sí, inventarlo, pero desde el momento en que lo inventas le das ciudadanía, ya tienes que conocerlo porque ya existe en tu cabeza. Paso mucho tiempo buceando en mis personajes, preguntándome qué películas les gustan, quiénes son sus padres, quiénes son sus hermanos, dónde estudiaron, qué piensan de la vida, qué tipo de cosas les atraen y qué tipo de cosas les repelen, cuáles son sus fobias. Todo esto lo voy construyendo.
En este caso, yo no podía hacer eso, yo tenía que preguntárselo al personaje y de algún modo adaptarme a lo que él me dijera. No siempre las cosas que me contaba me cuadraban o me gustaban para el personaje, a veces me rompían todo el esquema, pero eso era parte del chiste. No era una escritura a cuatro manos, pero sí era un salto constante entre la realidad y el relato.
¿Marca un antes y un después Hombre al agua en tu carrera?
Un poco esto me pasó cuando escribí Luna llena en las rocas. Que tú vas a un lugar y la realidad... dicen que la realidad supera la ficción. No es cierto, no es que la supere, es que la precede. Es decir, si yo voy a encontrar una ficción y me la van a creer, tiene que haber un punto de apoyo que la haga creíble, por decir algo.
La experiencia de finalmente sacar a un personaje de ficción a partir de un personaje real, serle fiel y aún así tomarte ciertas libertades, es algo que yo no había hecho nunca y que lo viví con mucha emoción. Sobre todo, curiosamente, a partir de que la persona me dice: "Yo no me encuentro en tu personaje". ¿Por qué? "Porque estás juntando cosas muy privadas en mi persona y eso no está bien".
En el momento en que rompemos, el náufrago y yo, y me quedo con la historia, digo: "Bueno, okay, tengo que hacerla funcionar", tengo esta gran prerrogativa que tiene la literatura de hacer que las cosas tengan un sentido. La vida como tal no tiene sentido. Es un caos múltiple y simultáneo. Pero en la literatura las cosas pasan por algo. En una novela todo tiene una razón y todo tiene un destino. Si no, el lector va a decir: "Y aquí qué". En el momento en que veo no solo la posibilidad, sino la gran oportunidad de darle sentido a lo que, según yo, como narrador, no lo tiene, comienza una aventura aparte.
Y en el momento en que este relato se hace novela, se redondea y funciona como una pieza independiente, me doy cuenta de que por otro camino, por otro método, llegué al resultado que busca todo escritor, todo novelista. Entonces, en ese sentido, sí, la realidad se metió mucho en mi historia, pero al final tuve la prerrogativa de adaptar la realidad a la historia y no la historia a la realidad.
Xavier Velasco y los libros que se leen con gran placer
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Leí hace mucho tiempo Las leyes de la frontera, de Javier Cercas. Es una historia maravillosa. Soy muy lector de Cercas. También podría estar recomendando Anatomía de un instante o te podría estar recomendando La velocidad de la luz o El impostor. Todas novelas excelentes. En el caso de Las leyes de la frontera, me gusta porque es una novela de iniciación de jovencitos metidos en un mundo delincuencial que te absorbe totalmente. Creo que es mi novela favorita de Javier Cercas, e insisto, hay mucha competencia dentro de su obra. Es un escritor al que tengo una gran admiración y mucha ley.
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Recomiendo una novela de otro escritor español al que le tengo mucho afecto, que es Javier Marías: Tu rostro mañana. Originalmente se publicó en tres partes, cosa que estuvo muy mal, porque cada parte salía a dos años de distancia, entonces ya había olvidado una cantidad de cosas de lo que leí antes, así que la tuve que volver a leer con gran placer.
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Otro libro que recomiendo mucho es La loca de la casa, de Rosa Montero. Yo a Rosa le he dicho que su libro es el manual del propietario de los escritores. Si te compras un escritor, te casas con un escritor o escritora, tienes que leer La loca de la casa, porque es el manual. Yo recuerdo que en esa época, cuando salió, tuve dos novias y a las dos se lo di a leer, para que supieran con quién vivían. Es un libro muy bonito.
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Uno que siempre recomiendo, es un clásico que tiene alrededor de un siglo y cuarto de existencia y para mí es la mejor novela que alguna vez se haya escrito: El retrato de Dorian Gray. Además, tiene la virtud de que a la fecha, 120 y tantos años después, sigue escandalizando a los lectores. Especialmente a los lectores de esta época, que se escandalizan de todo.
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Una gran novela es El pintor de batallas, de Pérez-Reverte. Yo conozco muy bien a Arturo, es un gran amigo. Y un día le dije: ¿Sabes qué es lo que me gusta de El pintor de batallas? Que cuenta buena parte de tu experiencia en los Balcanes. Que a mí nunca me lo has contado y no me atrevería a preguntártelo. Soltó la carcajada y dijo: ni a ti ni a nadie se lo cuento. Es una novela muy fuerte, muy dolorosa, que te cuenta una serie de realidades. Normalmente, Pérez-Reverte es un autor que recurre mucho al sentido del humor, a la ligereza. En este caso no, en este caso baja a sus infiernos.
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Recomiendo con frecuencia La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa. Toda una epopeya. De todas las novelas del boom latinoamericano, es mi preferida. Tanto es mi fanatismo por esa novela, que alguna vez me fui hasta Canudos, al norte de Brasil, renté un coche y anduve 500 km por el sertón para poder llegar al lugar donde ocurre La guerra del fin del mundo. Las tres primeras veces de las diez que la he leído, lloré como niño al final.