Alma Mancilla y los libros que desafían lo divino
La autora de la novela "Los seguidores" nos guía por un territorio literario donde la fe se quiebra y lo divino es interrogado. Además, recomienda libros para iluminar los abismos de la creencia.
Alma Mancilla nos guía en esta entrevista a través de los libros que desafían lo divino, compartiendo aquellas lecturas que exploran los límites de la fe y el fanatismo religioso. A partir de su propia novela, Los seguidores (una poderosa reflexión narrativa inspirada en el caso del reverendo Jim Jones), la escritora mexicana despliega un mapa literario donde la duda se convierte en el motor de búsqueda más profundo.
Videoentrevista con Alma Mancilla
Escribir desde el abismo
Detrás de la impactante narrativa de Los seguidores, novela editada por Hachette Livre México, se encuentra la mirada única de Alma Mancilla, una autora cuya formación antropológica ha definido profundamente su evolución como escritora y le ha proporcionado herramientas para diseccionar las dinámicas sociales y los mecanismos del fanatismo, aunque es su talento como novelista el que transforma la investigación en literatura conmovedora.
Es en este cruce entre el análisis y la creación donde Mancilla construye sus personajes y universos narrativos, creando historias donde la precisión de los hechos se funde con la profundidad de la ficción para interpelar directamente al lector, como comparte en esta entrevista.
Alma, en tus propias palabras, ¿de qué va tu novela Los seguidores?Yo diría que es un libro sobre un grupo de personas que siguiendo a su líder termina cometiendo un suicidio colectivo en la propia comunidad que habían fundado. El libro se mueve un poquito entre el antes, el presente, el momento en que ocurre y un futuro del que se mencionan algunas cosas. Esta trama de la que hablo está basada de una manera muy libre en el tristemente célebre caso del Templo del Pueblo, de Jim Jones.
¿Qué personajes vamos a conocer en la novela?
Conservé algunos personajes que sí existían, que están sacados del terrible hecho real. Es el caso, por supuesto, del reverendo Jim Jones, que es como una especie de sombra gigante que planea sobre toda la historia. Yo no quería que el texto hablara solamente de él y eso era difícil, porque la impresión que creaba como personaje era tremenda, había que buscar de una forma muy consciente ese contrapeso con los otros personajes.
El otro que he sacado del episodio real es el de su esposa, el de Marceline Jones, que también conserva el nombre y algunos rasgos del personaje real. El cómo se conocieron, el hecho de que ella era hija de un pastor metodista, en fin, tiene rasgos del personaje real y tiene algunos rasgos que no, que yo le inventé para acomodarlos a la historia.
Uno de los sobrevivientes también está basado en un personaje real, lo de su presencia en Vietnam, cómo se integra al grupo en un momento de su vida en el que él ya vivía en la calle, un hombre destrozado por la guerra, por las adicciones, que encuentra en el Templo del Pueblo un hogar y una familia finalmente, y sobrevive a la masacre. Este también está basado en un personaje real, aunque le metí cosas de mi cosecha.
Hay otro personaje que es un profesor de filosofía, que a mí me gusta mucho y que es absolutamente inventado. No existe nadie que se le parezca en los registros de lo sucedido, pero yo lo inventé porque a mí me interesaba que este personaje pudiera hablar. Él se supone que tiene una hija en el grupo, se entera en el momento en el que ocurre la masacre, y quería tener una reacción absolutamente emotiva, visceral, porque no puede ser de otra forma. Ni siquiera me puedo imaginar la impotencia, el dolor de saber que una hija tuya está o estuvo en ese evento.
En realidad, la novela se mueve tanto que yo no estoy segura de que exista un personaje central. Incluso el propio Jim Jones es una especie de sombra grande, pero él no tiene necesariamente un peso mayor narrativamente hablando y aparecen por ahí otros que son miembros del grupo, otra de las mujeres de Jim Jones. Yo intentaba pensar en una diversidad de voces para que aunque el narrador es uno, pudiera moverse entre lo blanco a lo negro, de la luz a la sombra, y que no tomara partido, para mí eso era importante, que pudiera moverse con una cierta distancia objetiva y sí dar voz a las críticas que salían de esos personajes.
¿Cómo fue tu proceso de escritura y reescritura para plasmar un hecho real?
Es muy complicado trabajar o partir de un hecho real y la pregunta en todo caso que yo me hacía era sobre qué podía yo hacer que contara la historia y que no reprodujera otra vez lo que ya se ha contado muchísimas veces. Esta es una historia de la que hay una abundancia de información, tanto de fuentes primarias como secundarias, periodísticas, sociológicas, académicas, documentales, etcétera.
En un primer momento yo sí pensé que optar por ese camino en el que incluyes la mayor parte de detalles posibles, del apego a la verosimilitud, era el camino correcto a seguir. Y entonces armé un documento muy largo, un primer borrador de muchísimas páginas que no me satisfacía, que me parecía repetitivo, y no encontraba la ganancia en contar otra vez esa historia de igual forma.
Finalmente decidí reescribirla, sentarme a pensar un poquito en qué podía yo hacer con eso. Tomé un par de decisiones cruciales, la primera de las cuales era el abandono de la pretensión de verosímil. Yo necesitaba una toma de distancia con respecto al hecho real que me permitiera esa libertad que creo yo es uno de los signos principales de la ficción. Es como si le quitara uno la carne a un cuerpo, a una figura, y te quedaras con un esqueleto al cual agregarle la carnita de otra manera.
Ese desapego con respecto a la historia real fue el primero de los grandes pasos. La segunda decisión tuvo que ver con un cambio también radical en la forma en que se iba a contar. Yo tenía una serie de narradores en tercera persona, de narradores testigo, como les decimos en ficción, que hablaban de Jim Jones desde su propia experiencia.
Y eso lo cambié por un único narrador omnisciente que entra y sale de las mentes de cada uno de los personajes que decidí dejar en la novela y que se mueve también de una manera muy libre entre el presente, el pasado y el futuro. Para eso, creo que lo que más se parece, como para definirlo, es la idea del flujo de conciencia o del monólogo interior que justamente va y viene, que a veces habla en primera persona, a veces interpela algún otro personaje, pero que mantiene esta especie de flujo justamente que salta también de un tema al otro, que regresa.
Alma Mancilla: entre la antropología y la literatura
La evolución de Alma Mancilla como escritora está marcada por su formación en la antropología con especialidad en religiones, enfoque que le permitió abordar el trasfondo de Los seguidores con una mirada analítica. Su voz narrativa, lírica y fragmentada, le ayudó a crear una prosa poética que refleja la complejidad de los hechos reales, demostrando que a veces la verdad más profunda solo puede expresarse mediante el lenguaje de la ficción.
¿Cómo uniste la poesía para hacer una narrativa que es a la vez como una letanía?
La estructura, que incluso visualmente no es la de la novela convencional, tiene cortes o cesuras muy parecidas a las del poema, que no buscan necesariamente una rima, sino una suerte de ritmo en el texto de manera que los capítulos, todos muy breves, se van como encadenando en esa única voz que nos van a dando lo que pasó.
Mira, yo en ocasiones cuando pienso en cómo hace uno las cosas, a veces no tengo respuesta. A veces es creo que es más fácil describir cómo fue el proceso. Uno tiene una especie de caja de herramientas de la que se va sirviendo cuando escribe, pero yo creo que con esta novela me ocurrió muchísimo más que el proceso de armado de la novela como tal.
El proceso de ir poniendo las palabras sobre el papel fue muy intuitivo. Yo no sé cómo describirlo de otra forma que no sea esa. Que había una intuición en el momento en que yo iba armando eso, saber dónde termina una línea y dónde empieza la otra. Era ir leyendo, buscando la sonoridad. Decía: "A ver, aquí hacemos corte y esto se va abajo." Y así toda la novela que, por fortuna, no es novela larga, quiero decir, comparada con las 400 páginas que yo tenía.
¿Cómo llegas a este tipo de historias y a tus temas en común?
Yo creo que cada uno va encontrando su camino y yo diría que hasta su tiempo de incubación. A mí me parece que uno empieza a escribir los libros en su cabeza mucho antes de poner la primera palabra en el papel o de sacar notas o mucho menos de abrir un archivo y ponerle el nombre y pensar que va a ser la siguiente novela. Yo creo que la de Los seguidores era una historia que yo traía en la cabeza desde hacía muchísimo tiempo. A mí me pareció impresionante desde la primera vez que yo oí que aquello había pasado. Yo debía tener 12, 13 años y fue una charla de sobremesa en donde mi madre mencionó el tema, que se me quedó grabadísimo y cuando empecé a estudiar antropología y me interesaba la cuestión del tema religioso, en algún libro vi las fotografías del suceso, que son unas fotografías absolutamente impresionantes que te dejan con esa impronta que no son fáciles de olvidar, y en el fondo yo tenía curiosidad por entender el suceso.
En realidad yo no escribo acerca de lo que conozco, yo escribo acerca de lo que me interesa conocer. Porque para mí la escritura es un pretexto para acercarme y para saber más acerca de esos temas que me interpelan. Entonces, yo te diría que en este caso y en otros, elijo esos temas que me interesan lo suficiente como para investigar al respecto.
Muchos de ellos son verdaderos retos porque necesitan una cantidad de información mucho mayor que otros temas. Yo quería entender cómo podía alguien, un grupo en este caso, que es todavía más difícil de comprender, llegar a ese punto, cometer un acto semejante porque justamente se trata de algo que nos rebasa. Creo que yo escribo sobre esos temas porque despiertan en mí una sombra y una curiosidad auténticas.
¿Qué has aprendido a través de la ficción, de la antropología de las religiones?
Yo creo que cada libro te va dejando un poquito. En este caso particular pensaba que había muchas preguntas y muchas rutas acerca del liderazgo en particular, y de eso que yo llamo "la utopía fallida". En este caso yo diría que la enseñanza, sí se le puede llamar así, es susceptible de volverse una pesadilla dadas ciertas circunstancias y cierto contexto.
Y también creo que una de las constante que veo o que he visto en otros textos es querer mirar más allá del velo, de esa búsqueda de lo inefable. En este caso yo creo que Los seguidores no es tanto un texto sobre lo religioso sino sobre lo social, con esa búsqueda de lo inefable y de esa fe que a veces ciega, que lleva a ciertos personajes a mover cielo, mar y tierra en el buen y en el mal sentido con tal de llegar a ciertos objetivos, con tal de cumplir esa verdad en la que creen. Por eso, cierro esta charla con mis recomendaciones literarias, que serán de libros en donde el elemento religioso o de la fe juega un papel importante y con cierta tendencia hacia lo trágico, hacia lo oscuro.
Alma Mancilla y los libros que desafían lo divino
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Sangre sabia, de Flannery O Connor, es una de las dos únicas novelas que escribió y es sobre un predicador que es un hombre de poca inteligencia, diría yo, pero con muchas ganas de encontrar ese motor de la fe y que termina encontrándolo en una figura absolutamente improbable. Termina encontrándolo en una figura que toca esta vertiente en la que la religión se convierte en fanatismo.
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Otro libro que se me ocurre que también tiene un predicador que deja impronta es El viento que arrasa, de Selva Almada. Es un libro que sigue a una chica cuyo padre es predicador, y ahí andan por los caminos polvorientos de Argentina, ella siguiéndolo, porque no se atreve a romper ese lazo con ese padre que pareciera que habla todo el tiempo sobre verdades tan profundas.
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Otro libro que creo que toca un poquito esta idea de la comunidad religiosa opresiva es Las indignas, de Agustina Bazterrica, que plantea una comunidad distópica en un mundo que no es exactamente este, de un grupo de mujeres sometidas a un yugo religioso. Son como monjas, digamos, aunque no se llaman exactamente así, pero están sometidas a este yugo religioso.
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Recomiendo Orange Road, así, en inglés, de Isaí Moreno, que sigue a una secta religiosa que tiene planeado un golpe maestro. Es muy breve, es muy poética, es muy bella, y va siguiendo a estos personajes que están planeando una especie de golpe maestro como para impactar con ese hecho y dejar huella de la fe que profesan.