Gabriela Escobar y los claroscuros de la casa familiar
La autora habla de su novela "Si las cosas fuesen como son", el éxito internacional inesperado y su proceso creativo entre Uruguay y Buenos Aires.

En el universo de Gabriela Escobar Dobrzalovski los límites entre la percepción y la realidad se desdibujan en la casa familiar. En esta entrevista, la autora uruguaya nos guia a través de los intricados pasadizos de su novela Si las cosas fuesen como son, publicada en la colección Voces, de Hachette Livre México, y nos recomienda sus libros favoritos.
Videoentrevista con Gabriela Escobar Dobrzalovski

La distorsión perceptiva como territorio narrativo
Gabriela Escobar Dobrzalovski se enlaza con Librotea desde Buenos Aires, ciudad que habita actualmente, para hablar sobre su novela Si las cosas fuesen como son, un artefacto literario que perturba la realidad porque no solo narra la historia de un regreso a la casa familiar, sino la cartografía de una mente que se desorienta al reencontrarse con los espacios que la vieron crecer.
Con una prosa que se resiste a las categorías y tiene una musicalidad que comparte cuando la escritora toca el piano y las percusiones, la novela se construye sobre una tensión espacial deliberada. Escobar sitúa a su protagonista en un paisaje abierto, dotado de una belleza natural casi palpable—playa, árboles frutales—, pero lo contrapone a la opresiva atmósfera de una casa materna que se siente “muy tensa o peligrosa”.
En la trama, una separación sentimental precipita el regreso de la narradora a la casa de quien llama la Tumbona, su madre. Frente al mar, entre plátanos, guayabos y pomarrosas, cree encontrar un consuelo para la ausencia de Julia, su pareja, pero ese paisaje de aparente placidez pronto se revela como una trampa. La relación áspera con la Tumbona y la indiferencia de sus hermanos transforman la casa en una suerte de purgatorio tragicómico, donde los silencios se cargan de presagios, los crujidos hablan y hasta lo macabro se tiñe de un lirismo perturbador.
La autora define a la casa como “una especie de tela de araña en donde quienes pasan por ahí quedan atrapados, se les distorsiona la perspectiva”. El interés, nos dice, radicaba en explorar “los bordes de la percepción”, en crear un relato donde “por momentos pongo en un mismo plano a las personas, a los árboles, a una botella que flota en el agua, a un sillón que tiene voluntad propia”.
El regreso al hogar en la edad adulta no se presenta como una reconciliación, sino como un detonante que quiebra la mirada de la narradora, permitiéndole una aproximación sensorial al lenguaje. “Más que la trama,” confiesa Escobar, “me interesó en esta novela el juego con la sonoridad, con cómo narrar la crueldad, con cómo mezclar y casi romper los bordes entre lo que es bello y lo que es espantoso, entre lo que es cruel y lo que es ridículo”.
Una voz que dictó el camino
El proceso de escritura de Gabriela fue, en sus palabras, un acto de escucha. “Creo que fue una voz en el oído, algo así que suena un poco raro, pero es eso, es tener una voz muy clara que iba llevando la escritura”. Esta voz le permitió operar con libertad, “no concebir ningún tipo de género para el texto y no estar pensando, ‘Estoy haciendo una novela y tiene que ser así y asá’”. El resultado es una prosa que transita de forma natural entre lo narrativo y lo poético, un espacio que ella habita con comodidad.
La publicación y subsecuente recepción internacional del libro llegaron como “una sorpresa”. El Premio Juan Carlos Onetti 2021, las ediciones en múltiples países y viajes a ferias y residencias literarias le abrieron un panorama inesperado: "Ganó el concurso y se publicó en Chile unos meses antes que en Uruguay. De pronto se iluminaron lugares que no había pensado, porque yo no estaba pensando en publicar cuando la escribí, y de pronto salió también en Argentina y en España, donde hice unas residencias de escritura".
Este intercambio le permitió acceder a “prácticas de escritura muy distintas y tradiciones de lectura también muy distintas”. Hoy, su mirada está puesta en México, un país que ansía conocer para “poder intercambiar con gente que esté escribiendo ahí”. Mientras tanto, desde Buenos Aires, donde estudia y escribe, avanza en nuevos proyectos. “Escribo, he publicado cosas en revistas, cuentos, breves, mientras tanto voy escribiendo algo más de largo aliento… y lo disfruto mucho, es algo a lo que le dedico tiempo porque quiero estar ahí, quiero estar en el texto y todos los días me dan ganas”.
Para Gabriela Escobar la escritura es un acto de descubrimiento continuo. Si las cosas fuesen como son es la prueba de que una voz narrativa singular, fiel a sus propias reglas, puede encontrar eco en los más diversos contextos. Su trayecto sugiere que los mapas literarios se redibujan constantemente con cada nuevo libro que logra traspasar fronteras.
Gabriela Escobar y los claroscuros de la casa familiar
-
Hay un libro independiente que me gusta mucho y se llama Raso, de Cardani Parra. Es un poemario bastante narrativo, no son poemas sueltos, sino que se cuenta una historia, a través del verso, sobre un regimiento militar. Es precioso y es bastante singular.
-
Hay una novela gráfica que releo muy seguido que se llama Como un guante de seda forjado en hierro, de Daniel Clowes.
-
Sé que hace un tiempo se editó en México un libro uruguayo de cuentos que me gusta mucho. Se llama Desastres naturales y es de Tamara Silva.