Nora de la Cruz y los libros de iniciación a la vida
En entrevista, la escritora desgrana los temas de su novela "Duerme, cicatriz", la biografía de un cuerpo femenino y una iniciación en los noventa mexicanos.

Conversar con Nora de la Cruz sobre su novela Duerme, cicatriz incluye un viaje que va desde la teoría literaria hasta las bandas de rock, la juventud, la maternidad, el cuerpo femenino y la vida en México en la década de los noventa. Aquí lo dicho, y su recomendación de leer libros de iniciación a la vida, como el de ella misma.
Videoentrevista con Nora de la Cruz

La biografía de un cuerpo
Si tuviera que definir Duerme, cicatriz en una sola frase, Nora de la Cruz lo tiene claro: "Es la biografía de un cuerpo". Y ese cuerpo es el de una mujer en un contexto concreto: "México en los años noventa, en la clase media".
La protagonista, Lina, es una mujer de casi cuarenta años que se encuentra en una situación límite. "Usé esa idea de que cuando te encuentras en una crisis, ves toda tu vida pasar frente a tus ojos, para poner a Lina en una situación en la cual todo está en riesgo, todo se vuelve muy vulnerable y eso la lleva a revisar su vida desde que inicia su proceso de maduración, con la primera menstruación".
Lina, explica la autora, está perfilada para ser una protagonista femenina que no cumple con lo que culturalmente entendemos como los mandatos de estas figuras. "No le interesa el amor, no está casada, no es la bonita. Pareciera que es como segunda en todo. La pregunta es cómo puede ser esa experiencia de ser mujer en tus propios términos sin tener que cumplir con lo que te dijeron que eran las expectativas".
Nora se declara lectora voraz de las novelas de iniciación, como lo es Duerme, cicatriz. Al respecto, comenta: "Sentía que predominan historias sobre adolescentes varones, como El guardián entre el centeno o En el camino, y de mujeres, El amante, de Marguerite Duras, pero sentía que faltaba una que hablara de circunstancias mexicanas. Por eso es que Lina se enfrenta a ciertos momentos clave de la experiencia de ser mujer. Quería que fuera un personaje femenino que pase por las expectativas de la maduración femenina, pero que encuentre también su propio camino".
Así, Lina se embaraza sin desearlo, y se enfrenta no solo a su nuevo estado, sino también a la incomprensión de un sistema de seguridad social por demás dudoso. "Me interesaba mucho escribir cosas que quizás solo a las mujeres nos pasa. Permitirles a los lectores hombres mirar esa experiencia que quizás no conocen de primera mano". La base, revela, eran los cuentos de hadas, que son también historias de iniciación, pero revertidas. "Lo que hace que Lina crezca no es el amor, el matrimonio o la maternidad, sino la amistad y la capacidad de encontrar su identidad a partir de otros intereses, que en este caso es la música, el periodismo; ella quiere ser una crítica de rock".
Una iniciación en clave mexicana
La decisión de ambientar la historia en los noventa en la periferia de la Ciudad de México responde a una vivencia personal. "Yo realmente no crecí en la ciudad, crecí en el Estado de México y la relación con la ciudad era inevitable porque casi todo sucedía aquí". Para la autora, esa década fue crucial por la representación de una "masculinidad tóxica muy exacerbada" en la cultura, pero también por el surgimiento de voces femeninas poderosas. "Dolores O' Riordan, Björk, Alanis Morissette. En México, Julieta Venegas. ‘Aquí’ de Julieta Venegas es de los discos que marcaron mi vida. Ellas pusieron el antecedente de lo que ahora estamos viendo. En ese entonces, ser morra y escuchar a morras te sometía a muchas burlas. Decir que eras feminista era casi un insulto". Esa resistencia, concluye, es la que permitió llegar al momento actual.
Al afirmar que su novela es la historia de un cuerpo, Nora de la Cruz profundiza en una idea central: "Para nosotras el cuerpo se vuelve una identidad. No hay manera de que tú como mujer separes tu identidad de tu cuerpo. Los hombres sí pueden separarlo. Existe un cuerpo ideal que es socialmente aceptado y si la mujer no cumple con esas características, pierde el acceso a ciertos beneficios. Lo triste es que el cuerpo femenino hegemónico es el cuerpo delgado, joven, fértil, blanco. Todos los demás cuerpos parecieran estar condenados a vivir en los márgenes".
Esta relación conflictiva, asegura, nace de que "el cuerpo femenino casi siempre es para los otros". Esto se manifiesta en "la extrema sexualización que empieza a veces desde edades muy tempranas", una sexualización que solo es permitida "si es en beneficio del otro, porque cuando la mujer se apropia de su sexualidad para su propio disfrute, recibe otra penalización social".
Su intención era mostrar que en "este juego de la feminidad nadie lo va a ganar. Si no cumples con los estándares, tienes un costo. Pero incluso si cumples con los estándares, eso también te condena a pagar muy alto el precio de la aceptación".
Obsesión por las palabras
Al preguntarle por su doctorado en Teoría Literaria y su impacto en la narrativa, De la Cruz responde con una convicción que marca su biografía. "Es complejo. Yo tengo claro que desde que encontré las palabras me obsesioné. Mi vida fue salvada porque yo tenía esa posibilidad de escapar a otro mundo".
Proveniente de un medio donde los oficios literarios o académicos no existían, encontró en los libros un camino. "Yo provengo de un contexto en el cual estas cosas no existen. Mi abuelo había sido chofer de autobuses. En mi contexto no existían los académicos. Sin embargo, desde que aprendí a escribir empecé a escribir cuentos. La primera vez que yo leí un cuento yo dije: ‘Yo quiero hacer eso’". Un profesor de preparatoria fue clave al mostrarle que se podía estudiar literatura. "Yo dije: ‘Ah, pues si él estudió eso, yo voy a estudiar lo mismo que él’. Porque imagínate qué padre, se dedica a hablar de las cosas que yo quiero saber, le pagan por eso".
Aunque el camino académico no fue lineal y tuvo que trabajar en múltiples oficios, no se arrepiente. Su profesor ya se lo había advertido: "‘Esta no es una carrera de riqueza económica, pero sí es una carrera de gran riqueza espiritual’. Y al final yo siento que sí".
Para el futuro, Nora de la Cruz avanza varios proyectos. "Ahora estoy explorando. Estoy retrabajando un manuscrito que es un libro que ya se publicó, Orillas, para darle un nuevo aire". Su proceso creativo actual gira en torno a una obsesión: "A mí lo que más trabajo me toma de los libros es pensarlos. Estoy un tanto obsesionada con el tema del trabajo creativo y todas las complicaciones que puede tener". Se pregunta por el lugar de los creativos en la sociedad mexicana. "¿Cuál es el lugar real de los creativos a qué pueden aspirar y esa vida interior, esa riqueza espiritual, pues hasta dónde alcanza?".
El trayecto de Nora de la Cruz —de la niña que encontró salvación en los libros a la académica que desafió su contexto y la escritora que ama el lenguaje— nos demuestra que la fuerza de la literatura se encuentra en la persistencia de la propia voz.
Nora de la Cruz y los libros de iniciación a la vida
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Quiero recomendar un libro que recientemente terminé de Jeffrey Eugenides, Middlesex, que creo que tiene todos los ingredientes que a mí me gustan en un libro: tiene adolescentes, es una historia de crecimiento, tiene una historia familiar, toda la complicación del linaje, personajes femeninos increíbles y combina la microhistoria con la macrohistoria, en este caso concreto de migrantes griegos que llegan a Estados Unidos, a Detroit. Vemos desde que pasan por el trauma de la guerra y cómo se incorporan a los Estados Unidos y ven crecer a esta nación moderna. Es un libro brillante de un escritor que me gusta muchísimo.
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La poesía es un género muy maltratado, no se consume masivamente como la novela, pero yo quisiera recomendar un libro que se llama La belleza del marido, de Anne Carson, porque combina la erudición (Anne Carson es una traductora de textos clásicos), con su historia personal y habla un poco del conflicto de ser mujer, del matrimonio, y tiene una frase de esas que se te quedan para toda la vida: la belleza es lo que hace al sexo, sexo.
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Acabo de leer un libro que es extrañísimo, híbrido, pues combina entrevistas de distintos tipos de cuidadores de animales o gente que trabaja con animales, con una voz en segunda persona, o sea, tenemos un desdoblamiento narrativo de una protagonista que está contando una historia de crecimiento velada, que va desde que ella es niña y quiere tener un animal y no le dejan en su casa, hasta que descubre plenamente su identidad más allá de los mandatos sociales. Se llama ¿Qué harán los renos después de Navidad? y lo publica Canta Mares, que se especializa en traer literatura francesa contemporánea a México.
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Nunca voy a dejar de recomendar a mi reina, a mi santa, Elena Garro. Le he dedicado mi vida, 20 años por lo menos, a estudiarla. Y la novela que empezó todo fue Un traje rojo para un duelo, que se considera de sus novelas menores supuestamente, pero a mí me deslumbró porque era una novela de iniciación mexicana. Yo no había leído ninguna que tuviera una protagonista femenina y que además fuera escrita por una mujer. Es una historia en la cual la maduración no viene por la experiencia sexual o amorosa, sino por el descubrimiento de la maldad del mundo. Entonces es un poco historia de terror, cuento de hadas, pero a mí me deslumbró.
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Otra escritora que nunca voy a dejar de recomendar es Clarice Lispector. Lazos de familia es lo mejor si realmente te quieres meter a ese mundo, te puede durar un año de lectura por la densidad que tiene cada cuento y su pensamiento y su forma de escribir. Creo que cada cuento de Clarice Lispector es como un pequeño mundo en el que te puedes quedar a vivir, a pesar de que lo que cuenta suele tener una duración muy breve. O sea, son instantes, situaciones muy simples, y la manera en la que ella lo puede dilatar tanto es justo por cómo se puede meter en el mundo interior de sus personajes de una manera tan compleja.
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Un libro en el que yo me amparé cuando estaba escribiendo Duerme, cicatriz, es Operación al cuerpo enfermo, de Sergio Loo, un escritor mexicano que lamentablemente falleció muy joven. A veces se dice que hay escritores irreverentes y creo que la palabra se usa mucho a la ligera, pero para mí la irreverencia en persona era Sergio Loo. Yo no lo conocí, conozco gente que lo conoció, yo no tuve ese gusto, pero si a mí me preguntaran a qué escritor me hubiera gustado que le gustaran mis libros, a mí me hubiera gustado que Sergio Loo dijera que entiende a qué estoy jugando.